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se le ocurrió que pasarían algo más a la izquierda, no tanto como para que el
                resultado cambiase.
                   En ese momento, Victor aulló:
                   --¡Henry! ¡Allá! ¡Tozier!
                   Henry los vio correr en su dirección. Victor iba adelante, pero Henry le dio un
                empujón que lo arrojó de rodillas. Venía armado de una navaja bastante grande.
                   Richie miró hacia el interior del cilindro. Ben y Stan estaban ayudando a Mike a
                abandonar la escalerilla. Él también franqueó el borde. Henry, al comprender lo
                que estaba haciendo, le gritó. Richie, con una risa salvaje, plantó la mano
                izquierda en la articulación del brazo derecho y levantó el puño hacia arriba en el
                gesto más antiguo del mundo. Para asegurarse de que Henry comprendiera bien,
                levantó el dedo medio.
                   --¡Morirás ahí abajo! -aulló Henry.
                   --¡Gilipollas! -replicó Richie, riendo. Estaba aterrorizado ante la perspectiva de
                bajar por esa garganta de cemento, pero no podía dejar de reír. Y exclamó con la
                voz de policía irlandés-: ¡jesús, María y José! ¡La suerte de los irlandeses no se
                acaba nunca, mi buen amigo!
                   Henry resbaló en la hierba mojada y cayó sobre el trasero, espatarrado, a seis
                metros de donde estaba Richie con el pie en el primer peldaño y el torso fuera.
                   --¡Eh, talón de plátano! -gritó, delirante de triunfo, antes de bajar velozmente por
                la escalerilla.
                   Estuvo a punto de caer por los peldaños resbaladizos, pero Bill y Mike lo
                sujetaron. Se encontró hundido en el agua hasta las rodillas; los otros formaban un
                círculo alrededor de la bomba. Temblaba de pies a cabeza; estremecimientos fríos
                y calientes se perseguían por su espalda. Y aún no podía dejar de reír.
                   --Si lo hubieses visto, Gran Bill, más torpe que nunca... No puede abandonar esa
                maldita costumbre de...
                   La cabeza de Henry apareció en la abertura circular, llena de arañazos y
                magulladuras. Sus ojos echaban chispas.
                   --¡Mamones! -bramó-. ¡Ahora bajo! Ahora veréis lo que es bueno.
                   Pasó una pierna por el borde y buscó con el pie el primer peldaño. Al
                encontrarlo, pasó la otra.
                   Bill ordenó:
                   --Cu-cu-cuando esté b-b-bastante cecerca, lo ag-ag-agarramos entrrre totodos.
                L-lo t-t-tiramos abajo y lo huhundimos. ¿En-n-ntendi-dido?
                   --Entendido, jefe -dijo Richie y le hizo el saludo militar con mano temblorosa.
                   --Entendido -dijo Ben.
                   Stan hizo un guiño a Eddie, que no entendía lo que estaba pasando salvo, tal
                vez, que Richie se había vuelto loco. Reía como chiflado mientras Henry Bowers,
                el temido Henry Bowers, bajaba para matarlos a todos como a ratas.
                   --¡Todos listos para atraparlo, Bill! -gritó Stan.
                   Henry quedó petrificado en el tercer peldaño. Miró a los Perdedores por encima
                del hombro. Por primera vez parecía vacilar.
                   Y de pronto Eddie comprendió: si bajaban, tendrían que hacerlo de uno en uno.
                Había demasiada altura para descolgarse de un salto, sobre todo considerando
                que aterrizarían sobre la maquinaria de bombeo. Y allí estaban los siete,
                esperándolos en un círculo compacto.
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