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XX. El círculo se cierra.


                   1. Tom.

                   Tom Rogan tenía un sueño descabellado. Estaba soñando que mataba a su
                padre.
                   Una parte de su mente comprendía que eso era descabellado porque su padre
                había muerto cuando él estaba apenas en tercer curso. Bueno... tal vez no
                correspondía decir que había muerto, sino que se había suicidado. Ralph Rogan
                se había preparado un buen cóctel de ginebra. La última copa, como quien dice.
                Tom había sido puesto a cargo de sus hermanos menores; cuando algo andaba
                mal con ellos, recibía una paliza.
                   Por lo tanto, no podía haber matado a su padre... Sin embargo, en ese sueño
                aterrorizante se veía apoyado, contra el cuello de su padre algo que parecía un
                mango inofensivo; sólo que no era inofensivo, ¿verdad? En un extremo tenía un
                botón y si él lo apretaba saldría una hoja que atravesaría el cuello de su padre.
                "No lo haré papá, no te preocupes", pensó su mente dormida, un momento antes
                de que su dedo apretara el botón y surgiera la hoja. Los ojos de su padre se
                abrieron, clavados en el techo; la boca emitió un ruido a gárgara sanguinolenta.
                "¡Yo no lo hice, papá! -gritaba su mente-. ¡Fue alguien, no yo!"
                   Trató de despertarse y no pudo. Lo más que logró hacer (y no resultó muy útil)
                fue perderse en un sueño nuevo. En ése se veía chapoteando por un túnel largo y
                oscuro. Le dolía la ingle y sentía la cara cruzada de arañazos. Lo acompañaban
                otras personas, pero apenas divisaba siluetas difusas. De cualquier modo, no
                importaba. Lo que importaba era que los chicos estaban por ahí, más adelante.
                Tenían que pagar. Necesitaban
                   ("una paliza")
                   un castigo.
                   Ese purgatorio, fuese lo que fuese, olía mal. El agua chorreaba con ecos
                resonantes. Tenía los pantalones y los zapatos empapados. Y esas mierditas
                secas estaban en algún lugar del laberinto de túneles. Tal vez pensaban que
                   ("Henry")
                   Tom y sus amigos se perderían. Pero les saldría mal.
                   (¡"Me río de ustedes"!)
                   porque él tenía otro amigo, oh, sí, un amigo especial, y ese amigo le había
                marcado el camino a tomar con... con..
                   ("globos de luna")
                   unas cosas grandes y redondas, iluminadas desde dentro, que despedían un
                resplandor misterioso como el de las lámparas antiguas. En cada intersección
                flotaba uno de esos globos con una flecha que indicaba el camino por donde él y
                   ("Belch y Victor")
                   sus invisibles amigos debían seguir. Y era el camino correcto, desde luego.
                Porque oía a los otros allá delante. Oía el chapoteo de su avance y los murmullos
                distorsionados de sus voces. Los estaban alcanzando. Y cuando los alcanzaran...
                Tom bajó la vista y vio que aún tenía la navaja en la mano.
                   Por un momento tuvo miedo. Eso era como una de las descabelladas
                experiencias astrales que él solía leer en los semanarios; esas experiencias en
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