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Dio un respingo, como si esas palabras hubieran sido pronunciadas dentro de su
                oído y no de su propia mente. No parecía, en absoluto su voz interior; era fría,
                extraña... pero también hipnótica y creíble.
                   Se levantó lentamente, buscó el vaso de agua en la mesita de noche y se lo
                bebió. El reloj de la mesilla anunciaba las tres y diez.
                   "Vuelve a dormir. Espera a la mañana."
                   Aquella voz extraña respondió: "Pero mañana habrá gente, demasiada gente.
                Además, esta vez puedes ganarles de mano. Esta vez puedes bajar el primero."
                   ¿Bajar? Pensó en su sueño: el agua, la oscuridad chorreante.
                   La luz se hizo más intensa. Giró la cabeza contra su voluntad, pero sin poder
                impedirlo. Soltó un juramento. Había un globo atado al pomo de la puerta del
                baño. Flotaba en el extremo de un cordel de un metro. El globo relumbraba, lleno
                de luz blanca, fantasmal; parecía un fuego fatuo, entrevisto en un pantano,
                soñadoramente, suspendido entre árboles cargados de musgo. En la suave
                superficie henchida del globo se veía una flecha, roja como la sangre.
                   Señalaba la puerta que daba al pasillo.
                   "No importa quién soy yo -dijo la voz, tranquilizadora. Y Tom notó que ya no
                venía de su propia cabeza ni de su oído, sino del globo, del centro de esa luz
                blanca, extraña y encantadora-. Lo único que importa es que conduciré todo a tu
                satisfacción, Tom. Me encargaré de que ella reciba una paliza; quiero que todos
                reciban una paliza. Se han cruzado en mi camino demasiado. Esta vez no lo
                toleraré... y ya es tarde para ellos. Escucha, Tom, escucha con atención. Ahora,
                todos juntos... seguimos la pelota que va rebotando..."
                   Tom escuchaba. La voz del globo lo explicó.
                   Lo explicó todo.
                   Cuando acabó, estalló en un definitivo destello de luz. Y Tom empezó a vestirse.



                   2. Audra.


                   Audra también tenía pesadillas.
                   Despertó sobresaltada y se incorporó en la cama con la sábana enrollada a la
                cintura; sus pechos menudos se movían a impulsos de la respiración agitada.
                   Su sueño, como el de Tom, había sido una experiencia confusa, inquietante.
                Como Tom, había tenido la sensación de ser otra persona... o de que su
                conciencia estaba depositada (y parcialmente sumergida) en otro cuerpo y otra
                mente. Había estado en un sitio oscuro, con varias personas más, rodeada de una
                opresiva sensación de peligro. Iban deliberadamente hacia ese peligro y ella
                quería gritarles que se detuvieran, pedirles que le explicaran lo que estaba
                pasando, pero la persona con quien ella se había hundido parecía saberlo y
                considerar que era necesario.
                   También tenía conciencia de que los perseguían. Y de que sus perseguidores
                los estaban alcanzando poco a poco.
                   En su sueño estaba Bill, pero seguramente ella tenía en la mente su comentario
                con respecto a la niñez olvidada, porque en su sueño Bill era sólo un niño de diez
                o doce años. ¡Aún no había perdido el pelo! Ella iba de su mano y sentía que lo
                amaba mucho. Su voluntad de seguir se basaba en la férrea seguridad de que Bill
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