Page 689 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 689
los protegería, a ella y a todos; de que Bill, el Gran Bill, los sacaría de todo eso
para devolverlos a la luz del día.
Oh, pero estaba tan aterrorizada...
Llegaron a un sitio donde se abrían varios túneles y Bill los miró a todos, uno por
uno. Un niño que tenía el brazo enyesado (el yeso relumbraba en la oscuridad con
una blancura fantasmagórica) alzó la voz:
--Por allí, Bill. Por la del fondo.
--¿S-s-seguro?
--Sí.
Y así habían seguido por ese túnel y habían encontrado una puerta, una
diminuta puerta de madera de apenas metro y medio de altura, como de cuento de
hadas. En esa puerta había una marca. No pudo recordar cómo era la marca.
Pero aquello había provocado y concentrado todo su terror, obligándola a
arrancarse de aquel otro cuerpo, de aquella niña, quienquiera
("Beverly-Beverly")
que hubiese sido. Despertó sentada en una cama extraña, sudorosa, con los
ojos desorbitados, jadeando como si acabase de correr una carrera. Sus manos
volaron a las piernas, casi esperando encontrarlas mojadas y frías por el agua en
que había estado caminando mentalmente. Pero estaba seca.
Luego vino la desorientación. Aquello no era su casa de Topanga Canyon ni la
que habían alquilado en Fleet. Era la nada, el limbo amueblado con una cama, un
tocador, dos sillas y un televisor.
--Oh, Dios, vamos, Audra...
Se frotó encarnizadamente la cara con las manos y aquella especie de vértigo
mental cedió un poco. Estaba en Derry. Derry, Maine, el sitio en que había crecido
su marido en una niñez que decía no recordar. No le era un sitio familiar ni
particularmente agradable por la sensación que le causaba, pero al menos
tampoco le resultaba extraño. Estaba allí porque allí estaba Bill y al día siguiente
iría a verlo al hotel Town House. Y aquella cosa terrible que estaba mal allí,
aquello a lo que se referían esas cicatrices nuevas en las manos de él, fuera lo
que fuese, lo enfrentarían juntos. Ella le llamaría para decirle que estaba allí; luego
se reuniría con él. Después... bueno...
No tenía idea de lo que podía venir después. El vértigo, la sensación de estar en
un sitio que era, en realidad la nada, la amenazaba otra vez. A los diecinueve
años había hecho una gira con una pequeña compañía teatral: cuarenta
representaciones, no tan maravillosas, de "Arsénico y encaje antiguo", en otras
tantas poblaciones pequeñas y no tan maravillosas, en cuarenta y siete días no
tan espléndidos. Empezaron por el teatro-comedor Peabody, en Massachusetts,
para terminar en Play It Again Sam, en Sausalito. Y en algún punto intermedio, en
alguna ciudad del Medio Oeste, como Ames (Iowa) o Grand Isle (Nebraska) o
quizá Jubilee (Dakota del Norte), había despertado así, en medio de la noche,
asustada por la desorientación, sin saber en qué ciudad estaba, qué día era ni por
qué estaba allí, dondequiera que fuese. Hasta su nombre le resultaba irreal.
Y esa sensación volvía ahora. Su mal sueño se prolongaba en la vigilia
haciéndole experimentar un horror alucinante de caída libre. La ciudad parecía
haberla envuelto como una pitón y la sensación que le provocaba no tenía nada