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Eddie abrió la puerta, pálido y tenso. Tenía el brazo izquierdo doblado en un
                ángulo a un tiempo peculiar y extrañamente evocativo de otros tiempos.
                   --Estoy bien -les dijo-. Tomé dos Darvon. Ahora ya no duele tanto.
                   Pero era obvio que dolía igual. Sus labios, tan apretados que casi desaparecían,
                se habían puesto purpúreos de la conmoción.
                   Bill miró más allá y vio el cadáver en el suelo. Le bastó una mirada para
                comprobar dos cosas: que era Henry Bowers y que estaba muerto. Pasó junto a
                Eddie y se arrodilló junto al cadáver. tenía el cuello de una botella clavada en el
                abdomen junto con los jirones de la camisa. Sus ojos vidriosos estaban
                entreabiertos. La boca, llena de sangre medio coagulada, era una mueca; sus
                manos, garras.
                   Una sombra cayó sobre él. Bill levantó la mirada.
                   Era Beverly, que miraba a Henry sin expresión alguna.
                   --Nos persiguió tantas veces... -murmuró Bill.
                   Ella hizo un gesto de asentimiento.
                   --No parece haber envejecido, ¿verdad, Bill? No parece nada envejecido.
                   Se volvió hacia Eddie, que estaba sentado en la cama. A él sí se le veía
                envejecido: viejo y ojeroso, el brazo inútil apoyado en el regazo.
                   --Tenemos que llamar a un médico para Eddie.
                   --No -dijeron Bill y Eddie al unísono.
                   --¡Pero está herido! Su brazo...
                   --Es igual que l-l-la vez p-pasada -dijo Bill. Se puso de pie y la sujetó por los
                brazos para mirarla a la cara-. En c-c-cuanto s-s-salgamos del grugrupo, en cuant-
                t-to demos p-p-participación a la ci-a la ciudad...
                   --Me detendrán por asesinato -completó Eddie, inexpresivo-. O nos detendrán a
                todos. Después habrá un accidente, uno de esos accidentes especiales que sólo
                se producen en Derry, Tal vez nos encierren en la cárcel y un ayudante del
                comisario enloquezca y nos mate a todos. Tal vez muramos de botulismo o
                decidamos ahorcarnos en la celda.
                   --¡Eddie, eso es una locura! Es...
                   --¿Te parece? -preguntó él-. Recuerda que estamos en Derry.
                   --¡Pero ahora somos adultos! No pensarás que... Es decir... él vino en medio de
                la noche... te atacó...
                   --¿Con qué? -preguntó Bill-. ¿D-ddónde está la n-navaja?
                   Beverly miró alrededor y se puso de rodillas para buscar debajo de la cama.
                   --No te molestes -dijo Eddie con la misma voz débil y sibilante-. Le golpeé el
                brazo con la puerta cuando trató de apuñalarme. El arma se le cayó y yo la pateé.
                Cayó bajo el televisor. Ahora ha desaparecido. Ya busqué.
                   --Llama a los o-o-otros, B-Beverly -indicó Bill-. C-creo que po-podré entablillar el
                b-b-brazo de Eddie.
                   Ella lo miró por un largo instante, luego volvió a clavar la vista en el cadáver. A
                su modo de ver, esa habitación contaría una historia perfectamente clara a
                cualquier policía que tuviera dos dedos de frente. Aquello era un revoltijo. Eddie
                tenía un brazo fracturado. Bowers estaba muerto. Era, obviamente, un caso de
                defensa propia contra un atracador nocturno. Y entonces se acordó del señor
                Ross. Del señor Ross, que había echado un vistazo y después, simplemente,
                había plegado su periódico para entrar en su casa.
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