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--¡No cambiéis la sintonía, que sigue el "Show de los Muertos" de Richie Tozier!
                -gritó la voz riente del payaso, sobre el chascar de dedos y acordes de la guitarra
                de Eddie Cochran-. No toquéis el dial, mantened sintonizado este magnífico rock.
                Han desaparecido de las estanterías, pero no de nuestros corazones. Y vosotros
                seguís viniendo. ¡Venid, venid todos! ¡Aquí emitimos todos los éxitos! ¡Tooodos los
                éxitos! Y si no me creéis, escuchad al discjockey invitado de esta mañana.
                ¡Georgie Denbrough! ¡Cuéntales, Georgie!
                   De pronto, el hermano de Bill gimió por radio:
                   --Tú me enviaste a la calle y "Eso" me mató. Yo creía que estaba en el sótano,
                Gran Bill, creía que estaba en el sótano, pero estaba en la cloaca. Estaba en la
                cloaca y me mató. Tú dejaste que me matara, Gran Bill, dejaste que...
                   Richie apagó la radio tan violentamente que el botón salió disparado.
                   --La verdad es que, en provincias, el rock da asco -dijo con voz poco firme-.
                Beverly tiene razón. Mejor apagamos, ¿no?
                   Nadie respondió. Bill estaba muy pálido, silencioso y pensativo. Cuando el
                trueno volvió a resonar hacia el oeste, todos lo oyeron.



                   6. En Los Barrens.

                   El viejo puente, el de siempre.
                   Richie estacionó junto a él. Todos bajaron y se acercaron a la barandilla (la vieja
                barandilla, la de siempre) para mirar abajo.
                   Los mismos Barrens, los de siempre.
                   No parecían tocados por los últimos veintisiete años; para Bill, la autopista
                elevada, único detalle nuevo, parecía irreal, algo tan efímero como un paisaje falso
                proyectado en una pantalla trasera para ambientar la escena de una película. Los
                arbustos y los matorrales centelleaban entre la niebla. Bill pensó: "Creo que a esto
                nos referimos cuando hablamos de la persistencia del recuerdo, a esto o a algo
                parecido, algo que se ve en el momento debido y desde el ángulo debido,
                imágenes que activan la emoción como el motor de un avión de propulsión. Uno lo
                ve con tanta claridad que todo lo que ha pasado mientras tanto desaparece. Si es
                el deseo lo que cierra el círculo entre el mundo y la necesidad, el círculo está
                cerrado."
                   --Va-va-vamos -dijo.
                   Y pasó sobre la barandilla. Todos lo siguieron por el terraplén, esparciendo
                arena y grava. Cuando llegaron al fondo, Bill verificó la posición de "Silver" y se rió
                de sí mismo. "Silver" estaba apoyada contra la pared, en el garaje de Mike. Al
                parecer, no desempeñaba papel alguno en todo eso. Aunque resultaba extraño,
                considerando el modo en que había reaparecido.
                   --Llé-llévanos -ordenó a Ben.
                   Cuando Ben lo miró, él le leyó el pensamiento en los ojos: "Han pasado
                veintisiete años, Bill; no sueñes." Pero el arquitecto hizo una señal de asentimiento
                y abrió la marcha por la maleza.
                   El camino que ellos abrieron se había cerrado desde hacía mucho tiempo.
                Tuvieron que abrirse paso entre marañas de espinos y hortensias silvestres, tan
                fragantes que sofocaban. Los grillos cantaban, soñolientos, alrededor. Unas
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