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Encendió toda una caja y la arrojó adentro. Por un momento vieron la cobertura
                interior del cilindro y el bulto silencioso de la bomba. Eso era todo.
                   --Tal vez no funciona desde hace tiempo -dijo Richie-. No tiene por qué haber
                pasado justamente hoy.
                   --Ha sido hace muy poco -apuntó Ben-. Desde la última lluvia, por lo menos.
                   Tomó otra caja de cerillas, encendió una y señaló las raspaduras nuevas.
                   --Ab-b-b-ajo hay algo -dijo Bill, mientras Ben apagaba la cerilla.
                   --¿Qué? -preguntó Ben.
                   --N-n-no sé. Pa-pa-parecía una cocorrea. T-t-tú y Ri-Richie, ayudadme a d-darle
                la vu-vuelta.
                   Aferraron la tapa y la volvieron como a una moneda gigantesca. Esa vez fue
                Beverly quien encendió la cerilla mientras Ben levantaba cautelosamente el bolso
                oculto bajo la tapa. Lo mostró sosteniéndolo por la correa. Beverly iba a sacudir la
                cerilla cuando vio la cara de Bill y quedó petrificada hasta que la llama le tocó la
                punta de los dedos. Entonces la dejó caer con una leve exclamación.
                   --¿Qué pasa, Bill?
                   Los ojos de Bill parecían haber adquirido peso. No podían apartarse de ese
                raído bolso de cuero y de su larga correa. De pronto recordó hasta el nombre de la
                canción que estaban emitiendo por radio en la tienda donde se lo había comprado
                a Audra. Era "Sausalito Summer Nights". La rareza suprema. Su boca se había
                resecado; la lengua y la cara interior de las mejillas parecían de cromo. Oyó los
                grillos, vio las luciérnagas, olió el verdor que crecía alrededor, y pensó: "Es otra
                triquiñuela, otra ilusión; ella está en Inglaterra y esto es sólo un golpe bajo porque
                "Eso" está asustado. Tal vez "Eso" no se siente tan seguro como cuando nos
                convocó para que volviéramos y en realidad, piensa bien: ¿cuántos bolsos de
                cuero con correas largas habrá en el mundo? ¿Un millón? ¿Diez millones?"
                   Más, probablemente. Pero sólo uno como ése. Lo había comprado para Audra
                en una marroquinería de Burbank mientras una radio, en la trastienda, emitía
                "Sausalito Summer Nights".
                   --¿Bill?
                   La mano de Beverly en su hombro, sacudiéndolo. Muy lejos. Veintisiete leguas
                bajo el mar. ¿Cómo se llamaba el grupo que cantaba "Sausalito Summer Nights"?
                Richie lo sabría.
                   --Yo también lo sé -dijo Bill, tranquilamente, ante la cara asustada de Richie. Y
                sonrió-. Era Diesel. ¿Qué te parece esa memoria absoluta?
                   --Bill, ¿qué pasa? -susurró Richie.
                   Bill soltó un alarido. Arrancó las cerillas de la mano de Beverly, encendió una y
                tomó bruscamente el bolso que Ben sostenía.
                   --Coño, Bill, ¿qué...?
                   Abrió la cremallera del bolso y lo vació. El contenido era inequívocamente de
                Audra y él, ni siquiera pudo volver a gritar. Entre los pañuelos de papel, las barras
                de chicle y los artículos de maquillaje, vio un paquete de caramelos de menta... y
                la polvera con piedras preciosas que Freddie Firestone le había regalado al
                firmarse el contrato de "El desván".
                   --Ahí ab-b-bajo está m-m-mi mujer -dijo.
                   --Y cayó de rodillas para guardar las cosas en el bolso. Sin siquiera darse
                cuenta, se apartó con la mano un mechón de pelo que ya no existía.
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