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En un instante aturdidor, Richie se convirtió en periodista del "Derry News".
                Tenía entendido que el señor Michael Hanlon, jefe de bibliotecarios de la ciudad,
                había sido atacado mientras trabajaba, a altas horas de la noche. ¿Qué
                declaraciones podía hacer el hospital sobre el estado del señor Hanlon?
                   Escuchó, asintiendo.
                   --Comprendo señor Kerpaskian... ¿Su apellido se escribe las dos veces con K?
                Sí. Muy bien. Y usted es...
                   Escuchó, ya tan convencido de su propio papel que hizo garabatos con un dedo,
                como si escribiera en una libreta.
                   --Ajá... sí. Sí, comprendo. Bueno, lo que hacemos habitualmente, en casos como
                éste, es citarlo como "una fuente". Después, más adelante, podemos... sí...
                ¡Perfecto! -Richie rió y se enjugó el sudor de la frente con la manga. Escuchó otra
                vez-. Muy bien, señor Kerpaskian. Sí, voy a... Sí, lo tengo: Ke-r-p-a-s-k-i-a-n. Judío
                checo, ¿verdad? ¡No me diga! Qué... qué original. Sí, lo haré. Buenas noches.
                Gracias.
                   Colgó y cerró los ojos.
                   --¡Dios! -exclamó en voz baja y gruesa.
                   Hizo ademán de arrojar el teléfono al suelo, pero dejó caer la mano. Se quitó las
                gafas y las limpió con la chaqueta del pijama.
                   --Está con vida, pero en grave estado -dijo a los otros-. Henry lo trinchó como a
                un pavo de Navidad. Una de las puñaladas le cortó la arteria femoral; ha perdido
                toda la sangre que se puede perder sin morir. Parece que pudo aplicarse una
                especie de torniquete; de lo contrario lo habrían encontrado muerto.
                   Beverly se echó a llorar. Por un momento, sus sollozos y la respiración sibilante
                de Eddie fueron los únicos sonidos en la habitación.
                   --Mike no fue el único trinchado -dijo Eddie, por fin-. Henry parecía venir de la
                guerra.
                   --¿Todavía quieres ir a la policía, Bev?
                   Había pañuelos de papel en la mesita de noche, pero convertidos en una masa
                empapada, en medio de un charco de agua Perrier. Beverly fue al baño, dando un
                rodeo al pasar junto a Henry. Tomó una esponja y la empapó de agua fría. Surtió
                un efecto refrescante contra su cara hinchada y caliente. Se sintió capaz de
                pensar otra vez con claridad; con racionalidad no: con claridad. De pronto estaba
                segura de que la racionalidad los mataría si trataban de usarla en esas
                circunstancias. Ese policía: Rademacher. Tenía sospechas. ¿Y por qué no? Nadie
                llama a una biblioteca a las tres y media de la madrugada. Había supuesto cierta
                culpabilidad. ¿Qué supondría si se enteraba de que ella había llamado desde una
                habitación donde había un cadáver en el suelo, con una botella rota clavada en las
                entrañas? ¿Que ella y otros cuatro desconocidos habían vuelto el día anterior a la
                ciudad para una pequeña reunión y que ese tío había pasado por casualidad?
                ¿Habría creído ella misma en semejante historia? ¿Quién podía creerla?
                Naturalmente, podían apuntalar el relato agregando que habían vuelto para acabar
                con el monstruo que vivía en las cloacas de la ciudad. Eso agregaría una nota de
                convincente realismo.
                   Salió del baño y miró a Bill.
                   --No -dijo-, no quiero ir a la Policía. Creo que Eddie tiene razón: podría pasarnos
                algo, algo concluyente. Pero no es ésa la verdadera razón. -Miró a los otros
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