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--¿Tu esposa? ¿"Audra"? -Beverly parecía horrorizada. Tenía los ojos
desorbitados.
--S-s-su bolso. Sus c-c-cosas...
--Por Dios, Bill -murmuró Richie-. Eso no puede ser, lo sab...
Bill había encontrado la billetera de lagarto y la enseñó, abierta. Richie encendió
otra cerilla y vio una cara que había visto en cinco o seis películas, la fotografía del
carnet de conducir no era atractiva, pero ofrecía una prueba concluyente.
--P-p-pero He-e-enry ha muerto y Victor y B-b-belch... ¿Quién la atrapó? -Se
levantó, mirando en redondo con febril intensidad-. ¿Quién la atrapó?
Ben le puso una mano en el hombro.,
--Será mejor que bajemos a averiguarlo, ¿no?
Bill lo miró, como si no estuviera seguro de quién era ese hombre. Por fin sus
ojos se aclararon.
--S-sí -dijo-. ¿E-Eddie?
--Lo siento, Bill.
--¿Pu-puedes s-s-subir?
--No sería la primera vez.
Bill se agachó y Eddie le ciñó el cuello con el brazo derecho. Ben y Richie lo
alzaron hasta que pudo rodearle la cintura con las piernas. Mientras, Bill pasaba
torpemente una pierna sobre el borde del cilindro. Ben vio que Eddie tenía los ojos
cerrados... y por un instante creyó oír el ruido de la carga de caballería más
desagradable del mundo al abrirse paso por entre los matorrales. Se volvió, casi
esperando que los tres aparecieran entre la niebla y los espinos, pero sólo se oía
la brisa, cada vez más fuerte, haciendo repiquetear los cañaverales a unos
cuatrocientos metros de allí. Sus antiguos enemigos habían desaparecido en su
totalidad.
Bill se aferró del tosco borde de cemento y fue bajando a tientas, peldaño a
peldaño. Eddie lo estaba ahogando. "Su bolso, ¿cómo vino a parar su bolso aquí?
No importa. Pero si estás ahí, Dios, y si recibes súplicas, haz que esté bien, que
no sufra por lo que Bev y yo hicimos esta noche ni por lo que yo hice un verano,
cuando era niño... ¿Fue el payaso? ¿Fue Bob Gray el que la atrapó? Porque en
ese caso no sé si Dios podrá ayudarla."
--Tengo miedo, Bill -dijo Eddie, con voz débil.
El pie de Bill tocó agua fría, estancada. Descendió a ella, recordando la
sensación y el olor a humedad, recordando la claustrofobia que ese lugar le había
hecho experimentar... Y a propósito, ¿qué les había ocurrido? ¿Cómo se las
habían arreglado en aquellos desagües y túneles? ¿Dónde habían ido,
exactamente, y cómo habían logrado salir? Aún no recordaba nada de todo eso;
no podía pensar sino en Audra.
--Yo t-t-también.
Se agachó un poco, haciendo una mueca al sentir el agua fría en los pantalones
y en los testículos, para que Eddie pudiera bajar. Ambos se irguieron en el agua,
hundidos hasta la pantorrilla, para observar a los otros, que ya bajaban por los
peldaños.
XXI. Debajo de la cuidad.