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repulsivo corrío sobre su mano. Bill dio un grito y se incorporó llevándose la mano
cosquilleante al pecho, consciente de que una rata acababa de pasar sobre ella.
Sentía aún el tacto repugnante de su cola.
Trató de levantarse y se golpeó la cabeza en lo alto de la nueva tubería. Fue un
golpe duro y Bill cayó otra vez de rodillas; grandes flores rojas estallaron en la
oscuridad, ante sus ojos.
--¡C-c-cuidado! -se oyó gritar. Sus palabras retumbaron huecamente-. ¡Aquí hay
un escalón! ¡Edd-eddie! ¿Dónde estás?
--¡Aquí! -Una mano de Eddie le rozó la nariz-. Ayúdame a salir, Bill, que no veo
nada. Está...
Se oyó un grave sonido acuoso. Beverly, Mike y Richie gritaron al unísono. A la
luz del día, la armonía casi perfecta de los tres habría sido divertida; allí abajo, en
la oscuridad de las cloacas, resultaba aterrorizante. De pronto, los tres cayeron a
los tumbos. Bill sujetó a Eddie tratando de protegerle el brazo.
--Oh, Dios, creí que me ahogaba -gimió Richie-. Nos ha empapado... Maldita
sea, una lluvia de mierda. Ésta sí que es buena. La escuela tendría que organizar
excursiones por aquí, Bill. Podríamos convencer al señor Carson de que las
dirigiera...
--Y después la señorita Jimmison podría soltar una parrafada sobre higiene y
salud -agregó Ben con voz estremecida.
Todos rieron con voces chillonas. Al apagarse la carcajada, Stan rompió
bruscamente en lágrimas angustiadas.
--Tranquilo -dijo Richie, apoyando un brazo torpe en sus hombros pegajosos-.
Nos vas a hacer llorar a todos.
--¡Estoy bien! -aseguró Stan, sin dejar de llorar-. No me importa el miedo, pero
detesto estar así de sucio. Detesto no saber dónde estoy...
--¿S-s-servirán de a-a-algo las cerillas? -preguntó Bill a Richie.
--Las mías las tiene Bev.
Bill sintió que una mano tocaba la suya en la oscuridad y le ponía una cajita de
cerillas que parecía seca.
--Las he llevado bajo el brazo -dijo ella-. Tal vez se enciendan. Prueba.
Bill arrancó una cerilla y la encendió con un chasquido. Bill vio que sus amigos
estaban amontonados; la breve luz les hizo arrugar la cara. Estaban mojados y
sucios de excrementos; se les veía muy jóvenes y muy asustados. Hacia atrás se
extendía la galería por la que habían venido. Ahora estaban en una aún más
estrecha que corría en línea recta hacia ambos lados con el fondo cubierto de un
sedimento asqueroso. Y... Ahogó una exclamación y sacudió la cerilla, que ya le
quemaba los dedos. Le llegaban ruidos de agua en rápida corriente, goteos y, de
vez en cuando, un torrente, cuando las válvulas de desagüe se ponían en
funcionamiento enviando más aguas residuales al Kenduskeag que ahora estaba
muy atrás, sólo Dios sabía cuánto. Aún no se oía a Henry y los otros.
--A mi d-d-derecha ha-a-ay un mu-mumuerto -musitó-. A un-n-nos t-t-tres me-
metros d-d-de nos-s-sotros. Puede s-s-ser P-P-P-P...
--¿Patrick? -preguntó Beverly, con voz al borde de la histeria-. ¿Patrick
Hockstetter?
--S-s-sí. ¿Q-qui-quieres que en-enencienda otra ce-ce-cerilla?
--Hazlo, Bill -dijo Eddie-. Si no veo cómo corre la tubería, no sabré por dónde ir.