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1. "Eso", agosto de 1958.

                   Había ocurrido algo nuevo.
                   Por primera vez en la eternidad, algo nuevo.
                   Antes del universo había sólo dos cosas. Una era "Eso"; la otra, la Tortuga. La
                Tortuga era una cosa vieja y estúpida que nunca salía de su caparazón. "Eso"
                pensaba que quizá había muerto, que estaba muerta desde hacía un billón de
                años, más o menos. Aunque así no fuera, seguía siendo una cosa vieja y
                estúpida; aunque la Tortuga hubiera vomitado el universo entero, eso no quitaba
                que fuera estúpida.
                   "Eso" había llegado hasta allí mucho después de que la Tortuga se retirara a su
                caparazón; allí, a la Tierra, donde había descubierto una profundidad de
                imaginación que era casi nueva, casi para tener en cuenta. Esa cualidad de
                imaginación hacía de la comida algo muy excitante. Sus dientes desgarraban
                carnes tensadas por terrores exóticos y voluptuosos miedos; soñaban con bestias
                nocturnas y cieno móvil; contra su voluntad, consideraban abismos infinitos.
                   Con esa sabrosa comida, Eso existía en un simple círculo de despertar para
                comer y dormir para soñar. Había creado un sitio a su imagen y semejanza y lo
                contemplaba con favor desde los fuegos fatuos que eran sus ojos. Derry era su
                matadero particular; el pueblo de Derry, su ganado.
                   Pero entonces... esos niños.
                   Algo nuevo.
                   Por primera vez en la eternidad.
                   Al irrumpir "Eso" en la casa de Neibolt Street con intención de matarlos a todos
                vagamente intranquilo por no haber podido hacerlo hasta entonces (y aquella
                intranquilidad, por cierto, había sido la primera novedad) había ocurrido algo
                totalmente inesperado, completamente inconcebible. Y "Eso" había sentido dolor,
                dolor, un gran dolor aullante en todas las formas que tomaba. Y por un momento,
                también había sentido miedo porque lo único que tenía en común con la vieja
                Tortuga estúpida y la cosmología del macrouniverso, fuera del diminuto huevo de
                ese universo, era justamente eso: todas las cosas vivientes deben regirse por las
                leyes de la forma que habitan. Por primera vez, "Eso" comprendió que quizá su
                capacidad de variar su forma podía ser una desventaja, a la vez que una ventaja.
                Hasta entonces nunca había sentido dolor ni miedo y por un momento temió
                morir.. Su cabeza se había llenado de un gran dolor blanco como la plata y "Eso"
                había rugido y gemido y aullado, y los niños habían escapado.
                   Pero ahora regresaban. Habían entrado a sus dominios bajo la ciudad: siete
                niños tontos que avanzaban a tientas, sin luces ni armas. Ahora los mataría, sin
                duda.
                   Eso había hecho un gran descubrimiento: no quería cambios ni sorpresas. No
                quería ninguna cosa nueva, nunca más. Sólo quería comer, dormir, soñar y volver
                a comer.
                   Después del dolor y de ese miedo breve, brillante, había surgido una emoción
                nueva (todas las emociones genuinas eran nuevas para él, aunque "Eso" era un
                gran mimo de las emociones): la cólera. Mataría a los niños porque, por una
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