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al bibliotecario, cierto, pero moriría después en el hospital, minutos antes de que la
aurora tocara el cielo, "Eso" enviaría a un enfermero drogadicto para que
terminase con él para siempre.
Ahora, la mujer del escritor estaba con "Eso", viva y sin vida al mismo tiempo. Su
mente había quedado totalmente destruida por la primera visión de "Eso" tal como
era, ya descartadas sus pequeñas máscaras y encantos. Y todos esos encantos
eran sólo espejos, por supuesto, que devolvían al aterrorizado espectador lo peor
que tenía en su propia mente, como un espejo devuelve un rayo de sol hacia un
ojo desprevenido aturdiéndolo hasta la ceguera.
Ahora, la mente de la esposa del escritor estaba con "Eso", en "Eso", tras el final
del macrouniverso, en la oscuridad, más allá de la Tortuga; en las tierras lejanas,
más allá de todas las tierras.
Estaba en su ojo, en su mente.
Estaba en los fuegos fatuos.
Pero los encantos eran divertidos. Hanlon, por ejemplo. Aunque él no tenía un
recuerdo consciente, su madre habría podido decirle de dónde venía el pájaro que
vio en la fundación. A los seis meses, su madre lo había dejado durmiendo en la
cuna, en el patio lateral, mientras iba al fondo para tender al sol sábanas y
pañales. Sus gritos la hicieron volver a toda carrera. Un gran cuervo se había
posado en el borde del cochecito y le estaba picoteando, como las bestias
malignas de los cuentos de hadas. El bebé gritaba de dolor y espanto sin poder
alejar al cuervo que había percibido la debilidad de su presa. La madre ahuyentó
al ave y al ver que Mikey sangraba por dos o tres heridas de los brazos, lo llevó al
consultorio del doctor Stillwagon para aplicarle una antitetánica. una parte de Mike
no había olvidado jamás aquello: bebé pequeño, pájaro gigantesco. Cuando "Eso"
se acercó a Mike, Mike volvió a ver el pájaro gigantesco.
Pero cuando su otro esbirro, el marido de la chica de antes, había traído a la
mujer del escritor, "Eso" no se había puesto cara alguna; no tenía por qué vestirse
cuando estaba en su casa. El esbirro lo vio y cayó muerto de espanto, con la cara
gris y los ojos cargados de la sangre que le había brotado del cerebro. La mujer
del escritor había emitido un solo pensamiento y horrorizado: "Por Dios, es
hembra"; después, todo pensamiento cesó. Nadaba en los fuegos fatuos. "Eso"
bajó de su sitio y se hizo cargo de sus restos físicos preparándolos para una
comida posterior. Ahora, Audra Denbrough pendía a buena altura, en el medio de
todo, entrecruzada de seda, con la cabeza inclinada sobre él hombro, los ojos
grandes y vidriosos, los pies apuntando hacia abajo.
Pero aún había poder en ellos. Aunque disminuido, estaba allí. Cuando eran
niños, contra todas las posibilidades, contra todo lo que cabía esperar, contra todo
lo que podía ser, habían logrado herirla gravemente, casi la habían matado,
obligándola a huir hacia lo hondo de la tierra donde se había acurrucado, odiando
y temblando, en un charco de su propia sangre extraña.
Y allí tenía otra cosa nueva: por primera vez en su infinita historia, "Eso"
necesitaba hacer planes; por primera vez se descubría con miedo de coger de
"Derry" lo que deseaba. ¡De "Derry", su coto de caza privado!
"Eso" siempre se había alimentado de niños. A muchos adultos podía utilizarlos
sin que se supieran utilizados, y "Eso" también había utilizado como alimento a
algunos de los más ancianos con el correr de los años. Los adultos tenían sus