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Mientras reptaba, Bill recordó el desnivel en que terminaba esa tubería. Aun así,
el peldaño lo tomó por sorpresa. Sus manos, que se arrastraban por la superficie
costrosa de la vieja tubería, volaron por el aire. Cayó hacia adelante y rodó
instintivamente aterrizando sobre el hombro, que emitió un doloroso crujido.
--¡C-c-cuidado! -se oyó gritar-. ¡A-a-aquí está el esc-escalón! ¿Eddie?
--¡Aquí! -Eddie le rozó la frente-. ¿Me ayudas?
Rodeó a Eddie con los brazos y lo, sacó de allí tratando con cuidado el brazo
roto. El siguiente fue Ben; después, Bev; por fin, Richie.
--¿T-t-tienes c-c-cerillas, RiRichie?
--Yo sí tengo -dijo Beverly. Bill sintió que una mano tocaba la suya en la
oscuridad y le ponía en ella un librillo de cerillas-. Son sólo ocho o diez, pero Ben
tiene más. De la habitación.
--¿Las llevabas bajo el b-b-brazo, B-Bev?
--Esta vez, no. Lo siento.
Y lo rodeó con los brazos en la oscuridad. Él la estrechó con fuerza, cerrando los
ojos, tratando de sentir el consuelo que ella tanto deseaba transmitirle.
La soltó con suavidad y encendió una cerilla. El poder de la memoria era grande:
todos miraron a la derecha. Allí estaban los restos de Patrick Hockstetter entre lo
que en otro tiempo habían sido libros. Lo único reconocible era un semicírculo de
dientes, dos o tres de ellos empastados.
Y algo más, a poca distancia. Un círculo reluciente, apenas visible a la luz
vacilante de la cerilla.
Bill apagó la cerilla y encendió otra para recoger aquel objeto.
--La alianza de Audra -dijo.
Su voz sonaba hueca, inexpresiva.
La cerilla se consumió entre sus dedos.
A oscuras, se puso el anillo.
--¿Bill? -inquirió Richie, vacilando-. ¿Tienes alguna idea de
6. En los túneles, 14.20.
cuánto tiempo llevaban caminando por los túneles, debajo de Derry, desde que
dejaran atrás el cadáver de Patrick Hockstetter? Pero Bill estaba seguro de que
jamás podría hallar el camino de regreso. Lo dejaba de pensar en lo que su padre
le había dicho: "Podrías caminar por allí semanas enteras." Si a Eddie le fallaba el
sentido de la orientación, no haría falta que "Eso" los matara; vagarían hasta
morir... O, si entraban en ciertas tuberías, hasta ahogarse como ratas.
Pero Eddie no parecía preocupado. De vez en cuando pedía a Bill que
encendiera una cerilla; miraba en derredor, pensativo, y volvía a ponerse en
marcha. Giraba a derecha e izquierda como al azar. A veces, las galerías eran tan
altas que Bill no podía tocar el techo ni siquiera estirando el brazo. A veces tenían
que arrastrarse durante horribles minutos que les parecían horas, o avanzar como
gusanos, arrastrándose sobre el vientre. Eddie iba delante; los otros le seguían,
cada uno con la cara en los talones del precedente.