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en ella como dedos. A la luz moribunda de la cerilla, Bill creyó ver un ojo que se
arrastraba sobre dedos de pesadilla.
Los miraba con febril avaricia.
La cerilla se apagó.
En la oscuridad, Bill sintió que esos tentáculos acariciaban sus tobillos, sus
piernas... pero no pudo moverse. Tenía el cuerpo petrificado. Sintió que "Eso" se
aproximaba, sintió el calor que irradiaba el monstruo y hasta oyó el pulso de
sangre en sus membranas. Imaginó la viscosidad que sentiría cuando "Eso" lo
tocara, pero aun así no pudo gritar. Aun cuando los tentáculos se le deslizaron por
la cintura y se engancharon en las presillas de sus vaqueros para arrastrarlo no
pudo gritar ni debatirse. Una mortífera somnolencia parecía haberse apropiado de
su cuerpo.
Beverly sintió que un tentáculo se le deslizaba alrededor de la oreja y se tensaba
como un nudo corredizo. Hubo una llamarada de dolor y se vio arrastrada,
retorciéndose y gimiendo como si una vieja maestra, perdida ya la paciencia, se la
llevara a la parte trasera del aula, donde la obligaría a sentarse en un banquillo
con orejas de burro. Stan y Richie trataron de retroceder, pero toda una selva dé
tentáculos invisibles ondulaba y susurraba junto a ellos. Ben rodeó a Beverly con
un brazo y trató de retenerla. Ella se aferró a sus manos con la fuerza del pánico.
--Ben... Ben... "Eso" me ha atrapado...
--No ... Espera... tiraré...
Tiró con toda su fuerza. Beverly dio un grito con la oreja atravesada por el dolor:
estaba sangrando. Un tentáculo seco y duro rozó la camisa de Ben, se detuvo y se
retorció en un doloroso nudo contra su hombro.
Bill estiró una mano que golpeó contra una pasta blanda, mojada. "¡El ojo! -gritó
su mente-. ¡oh, tengo la mano en el ojo!"
Trató de resistirse pero los tentáculos lo arrastraban inexorablemente. Su mano
desapareció en aquel calor húmedo y ávido, luego la muñeca y después el brazo,
que se hundió en el ojo hasta el codo. En cualquier momento el resto de su cuerpo
quedaría adherido a esa superficie pegajosa; sintió que, en ese instante, se
volvería loco. Luchó frenéticamente, golpeando los tentáculos con la otra mano.
Eddie, como en sueños, oía los forcejeos y los gritos ahogados de sus
compañeros que se veían atraídos. Percibía los tentáculos alrededor, pero
ninguno lo había tocado.
"¡Corre a tu casa! -le ordenó la mente, a toda voz-. Corre a casa con tu mamá,
Eddie. ¡Tú puedes encontrar el camino!"
Bill soltó un aullido en la oscuridad, un grito agudo, desesperado, al que
siguieron asquerosas sorbidas.
De pronto, la parálisis de Eddie se diluyó. ¡"Eso" estaba tratando de llevarse a
Gran Bill!
--¡No! -bramó Eddie.
Nadie habría supuesto que ese grito de guerrero nórdico podía brotar de un
pecho tan flaco, de los pulmones, afectados por el asma más terrible de Derry. Se
arrojó hacia adelante saltando sobre los tentáculos sin siquiera verlos; el brazo
roto le golpeaba contra el pecho con el yeso empapado. Buscó en el bolsillo y
sacó su inhalador.
("tiene gusto a ácido de batería")