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Un grito agudo hendió la penumbra; luego, un pesado tronar de alas. Una silueta
                venía navegando en la oscuridad con un ojo echando llamas.
                   --¡El pájaro! -gritó Stan-. ¡Cuidado! ¡Es el pájaro!
                   Se lanzó en picado hacia ellos como un avión de combate; su pico color naranja
                se abría y se cerraba descubriendo el rosado interior de su boca, acolchada como
                la almohada de satén de un ataúd.
                   Fue directamente hacia Eddie.
                   Su pico le rozó el hombro y él sintió que el dolor le hendía la carne como ácido.
                La sangre le corrió por el pecho. Eddie gritó mientras el aire, agitado por las alas,
                arrojaba una venenosa bocanada a su cara. El pájaro giró en el aire y regresó con
                su único ojo brillando malevolente. Sólo se apagó por un instante, cuando el
                párpado lo cubrió con un tejido fino como gasa. Sus garras buscaron a Eddie, que
                lo esquivó aullando. Las uñas le desgarraron la parte trasera de la camisa
                dibujando líneas escarlatas a lo largo de los omóplatos. Eddie, chillando, trató de
                escapar a rastras, pero el pájaro volvió a la carga.
                   Mike se adelantó buscando algo en su bolsillo. Lo que sacó fue un cortaplumas
                de una sola hoja. Cuando el pájaro se lanzó otra vez contra Eddie, levantó la
                pequeña arma contra una de las garras del pájaro. La hoja penetró profundamente
                arrancando un chorro de sangre. El ave retrocedió en vuelo rasante y volvió, con
                las alas hacia atrás, disparado como una bala. Mike se hizo a un lado en el último
                momento levantando otra vez su cortaplumas. Falló y la garra del pájaro le golpeó
                la muñeca con tanta fuerza que le dejó la mano entumecida. Más adelante le
                aparecería un moratón que le llegaría casi hasta el codo. El cortaplumas
                desapareció en la oscuridad.
                   El ave volvió con un chirrido triunfal y Mike protegió a Eddie con su cuerpo
                esperando lo peor.
                   Entonces Stan se adelantó hacia los dos niños acurrucados en el suelo. Se
                irguió, menudo, con un aspecto que seguía siendo pulcro a pesar de la mugre
                adherida a sus manos, sus brazos y su ropa. De pronto estiró los brazos con un
                gesto curioso, con las palmas hacia arriba y los dedos hacia abajo. El pájaro
                emitió otro chillido y pasó como una bala junto a Stan, casi rozándolo. El aire de su
                paso le levantó el pelo. El chico giró en redondo para enfrentar su regreso.
                   --Creo en las tanagras escarlatas, aunque nunca he visto una -dijo con voz alta y
                clara. El ave gritó y se desvió en vuelo rasante, como si la hubiera alcanzado con
                un disparo-. También creo en los buitres, en la alondra de Nueva Guinea y en los
                flamencos de Brasil.
                   --El ave chilló, volando en círculos, pero de pronto buscó lo alto del túnel-. ¡Creo
                en el águila dorada! -gritó Stan, siguiéndola con su voz-. ¡Y hasta creo que puede
                haber un ave fénix en alguna parte! ¡Pero no creo en ti, así que vete de una vez!
                ¡Desaparece, maldito pajarraco!
                   El pájaro desapareció.
                   Bill, Ben y Beverly se acercaron a Mike y Eddie. Ayudaron al enyesado a
                levantarse y Bill le examinó las heridas.
                   --N-n-nada pro-profundo.. P-p-pero ap-apuesto a que d-d-d-duele horrores.
                   --Me hizo jirones la camisa, Gran Bill. -Las mejillas de Eddie brillaban de
                lágrimas. Otra vez respiraba con dificultad. La voz de guerrero bárbaro había
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