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Eddie se levantó y cogió su inhalador, pero se le escurrió de la mano. Ben lo
                atrapó en el aire. Su amigo, con una mirada agradecida, se lo llevó a la boca para
                recuperar el resuello.
                   Richie pasó también. Le siguieron Stan y Mike. Bill subió a Beverly al tronco para
                que Ben y Richie la sostuviesen por el otro lado. La niña cayó con el pelo
                aplastado contra la cabeza y los vaqueros azules ya negros.
                   Bill fue el último. Subió al tronco y pasó las piernas al otro lado. Entonces vio
                que Henry y los otros dos venían chapoteando hacia ellos. Al deslizarse al suelo,
                gritó:
                   --¡Pi-pi-piedras! ¡Tirad piedras!
                   Las había en abundancia en la ribera y el tronco caído constituía una barricada
                perfecta. En un par de segundos, los siete estaban arrojando piedras contra Henry
                y sus amigos, que ya estaban muy cerca del árbol. Era como disparar a
                quemarropa. El enemigo tuvo que retirarse chillando de dolor y de ira, golpeados
                en la cara, el pecho, los brazos y las piernas.
                   --¿Por qué no nos enseñáis a tirar piedras? -los desafió Richie, mientras
                arrojaba una del tamaño de un huevo contra Victor. Dio contra su hombro y rebotó
                casi verticalmente. El chico dio un grito-. ¡Uau! ¡Ven a enseñarnos, chaval, que
                aquí aprendemos rápido!
                   --¡Yiiiiaaaaaá! -aulló Mike-. ¿Os gusta esto?
                   Los gamberros retrocedieron y se arracimaron. Un momento después, trepaban
                el terraplén, resbalando y tropezando en la tierra húmeda que ya estaba perforada
                por pequeños arroyuelos, sosteniéndose de las ramas para no caer.
                   Desaparecieron entre los matorrales.
                   --Van a dar un rodeo para alcanzarnos por detrás, Gran Bill -señaló Richie,
                ajustándose las gafas.
                   --N-n-no imp-importa -dijo Bill-. Si-sigue, B-B-ben.
                   Ben trotó a lo largo del terraplén. Se detuvo temiendo que Henry y los otros
                surgieran ante sus narices en cualquier momento y vio la estación de bombeo
                veinte metros más adelante. Los otros lo siguieron hasta allí. Había otros cilindros
                en la ribera opuesta; uno estaba bastante cerca; el otro, cuarenta metros corriente
                arriba. Esos dos estaban arrojando torrentes de agua lodosa al Kenduskeag, pero
                del caño que sobresalía en la ribera, debajo del que tenían delante, sólo caía un
                chorrito. Y tampoco zumbaba. Ben se dio cuenta de que la maquinaria de bombeo
                estaba estropeada.
                   Miró a Bill, pensativo... y algo asustado.
                   Bill miraba a Richie, a Stan, a Mike.
                   --T-t-tenemos que sa-sa-sacar la t-t-tapa -dijo-. Ay-yu-Ayudadme.
                   La tapa de hierro tenla asas, pero la lluvia las había hecho resbaladizas;
                además, era increíblemente pesada. Ben se puso junto a Bill. El chico oía que el
                agua goteaba dentro con un ruido desagradable, lleno de ecos, como el del agua
                que cae en un pozo.
                   --¡Ahora! -gritó Bill.
                   Los cinco tiraron al mismo tiempo y la tapa se movió con un desagradable
                chirrido.
                   Beverly se puso junto a Richie. Eddie usó su brazo sano.
                   --Uno, dos, tres, ¡empujad! -ordenó Richie.
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