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--¡George! -gritó-. ¡George, lo siento! ¡Yo no q-q-quería que te oc-ccurriera nada
                m-m-malo!
                   Tal vez había algo más que decir, pero no pudo. Por entonces estaba
                sollozando, tendido de espaldas, con un brazo contra los ojos, recordando el barco
                de papel, recordando el palpitar de la lluvia contra las ventanas de su dormitorio,
                recordando el olor a medicamentos y los pañuelos de papel sobre la mesita de
                noche, el leve dolor de la fiebre en la cabeza y en el cuerpo, recordando a George,
                sobre todo a George, con su impermeable y su capucha.
                   --¡Lo siento, George! -gritó entre lágrimas-. ¡Lo siento, lo siento, por favor...
                perdóname!
                   Un momento después, todos lo rodeaban, sus amigos, y nadie encendió cerillas.
                Alguien lo abrazó sin que él supiera quién, tal vez Beverly, tal vez Ben, o Richie.
                Estaban con él y en esa ocasión la oscuridad fue generosa.



                   10. Derry, 5.30.

                   A las cinco y media llovía torrencialmente. Los meteorólogos de las radios de
                Bangor expresaron una leve sorpresa y ofrecieron disculpas a las personas que
                habían planeado "picnics" o salidas basándose en el pronóstico del día anterior.
                "Mala suerte, amigos; es sólo uno de esos extraños cambios de clima que se
                producen a veces en el valle del Penobscot con brusquedad sorprendente."
                   En la emisora WZON, el meteorólogo Jim Witt describió lo que denominaba "un
                sistema de baja presión extraordinariamente disciplinado". Eso era decir muy
                poco. Las condiciones variaban, de nublado en Bangor a chaparrones aislados en
                Hampden, lloviznas en Haven y lluvias moderadas en Newport. Pero en Derry, a
                sólo cuarenta y cinco kilómetros del centro de Bangor, diluviaba. Los que viajaban
                por la carretera se encontraron avanzando por veinte centímetros de agua en
                algunos lugares. Más allá de las granjas Rhulin, una alcantarilla atascada en una
                hondonada había cubierto la autopista con tanta agua que era imposible pasar.
                Hacia las seis de esa mañana, la patrulla de caminos de Derry había, puesto ya
                carteles naranja con la palabra "desvío" a ambos lados de la hondonada.
                   Los que esperaban bajo el refugio de Main Street a que el primer autobús de la
                mañana los llevara al trabajo, miraban sobre la barandilla hacia el canal donde el
                agua estaba amenazadoramente alta dentro de sus límites de cemento. No habría
                inundación, por supuesto; en eso, todos estaban de acuerdo. El agua aún estaba
                un metro veinte por debajo de la marca más alta, en 1977, y ese año no había
                habido inundación. Pero la lluvia caía con dura persistencia y el trueno rugía en las
                nubes bajas. El agua descendía por Up-Mile Hill en arroyos rugiendo en las
                cloacas y en las alcantarillas.
                   No habría inundación, concordaban todos, pero en sus rostros había un matiz de
                inquietud.
                   A las seis menos cuarto un transformador de potencia instalado en un poste
                junto a la terminal de Tracker Hermanos estalló en un relámpago de luz purpúrea,
                esparciendo trozos de metal retorcido contra el tejado de madera. Uno de los
                fragmentos cortó un cable de alta tensión que también cayó en el tejado,
                chisporroteando, debatiéndose como una serpiente mientras despedía un chorro
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