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casi líquido de chispas. El tejado se incendió a pesar del aguacero y muy pronto el
local estaba en llamas. El cable de alta tensión cayó del tejado al camino cubierto
de hierbas que conducía a la parte trasera donde los pequeños, años atrás,
jugaban al béisbol. Los bomberos de Derry hicieron la primera salida del día a las
6.02 de la mañana y llegaron a Tracker Hermanos a las 6.10. Uno de los primeros
en bajar fue Calvin Clark, uno de los mellizos Clark que iban a la escuela con Ben,
Beverly, Richie y Bill. Al dar el tercer paso, la suela de su bota tocó el cable
pelado. Calvin quedó electrocutado casi instantáneamente, con la lengua mordida
y la chaqueta de goma despidiendo humo. Por el olor, parecía que alguien estaba
quemando mantas, viejas, como en el vertedero.
A las 6.05, los habitantes de Merit Street, en Old Cape, sintieron algo que
parecía una explosión subterránea. Los platos se cayeron de los estantes; los
cuadros, de la pared. A las 6.0f, todos los inodoros de Merit Street estallaron
súbitamente en un géiser de excrementos al producirse una inconcebible reversión
en la nueva planta de tratamiento de Los Barrens. En algunos casos, esos
estallidos fueron tan potentes que abrieron agujeros en los techos de los baños.
Una mujer llamada Anne Stuart murió a causa de una antigua rueda dentada que
salió disparada de su inodoro como de una catapulta, junto con una bocanada de
aguas residuales. La rueda de maquinaria atravesó el vidrio opaco de la ducha y
se le hundió en la garganta como una bala mientras se lavaba la cabeza. Fue casi
decapitada. La rueda era una reliquia de la fundición Kitchener que había llegado
a las cloacas casi tres cuartos de siglo atrás. Otra mujer murió al estallar su
inodoro como una bomba en la violenta reversión causada por los gases de
metano. La desafortunada mujer, que en ese momento estaba sentada en el
retrete, leyendo un catalogo, saltó en pedazos.
A las 6.19 un rayo cayó en el llamado Puente de los Besos que cruzaba el canal
entre el parque Bassey y el instituto de Derry. Las astillas volaron a gran altura y
llovieron sobre el precipitado canal cuya corriente se las llevó.
Se estaba levantando viento. A las 6.30, el medidor instalado en el vestíbulo del
Palacio de Justicia lo registró en más de veintitrés kilómetros por hora. Hacia las
6.45 había ascendido a treinta y seis kilómetros por hora.
A las 6.50, Mike Hanlon despertó en su habitación del Hospital Municipal de
Derry. Su retorno a la conciencia fue una especie de lenta disolución; por largo
rato pensó que estaba soñando. En ese caso, se trataba de un sueño muy raro,
una especie de sueño de ansiedad, como habría dicho su antiguo profesor de
psicología, el doctor Abelson. Al parecer no había motivos para esa ansiedad,
pero allí estaba. Esa habitación blanca, sencilla, parecía amenazarlo.
Gradualmente se fue dando cuenta de que estaba despierto. La habitación
blanca y sencilla era una habitación de hospital. Sobre su cabeza pendían frascos,
uno lleno de líquido transparente; el otro, rojo oscuro: sangre. Vio un televisor
apagado empotrado en la pared y cobró conciencia del batir de la lluvia contra la
ventana.
Mike trató de mover las piernas. Una se movía libremente, pero la otra, la
derecha, estaba aprisionada. En ella, las sensaciones eran muy débiles. Por fin
notó que estaba fuertemente vendado.