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No sabía con exactitud a quién le rezaba... pero lo hizo, de todas maneras.



                   13. Bajo la ciudad, 6.54.


                   --E-e-está bi-bien -dijo Bill por fin.
                   Ben no habría podido decir cuánto tiempo habían permanecido en la oscuridad,
                tomados de las manos. Le parecía haber sentido algo, algo que había brotado de
                ellos, del círculo, y acababa de volver. Pero no sabía a dónde había ido esa cosa,
                si es que existía.
                   --¿Estás seguro, Gran Bill? -preguntó Richie.
                   --S-s-sí. -Bill soltó las manos de Richie y de Beverly-. P-p-pero tendre-tendremos
                que terminar esto lo a-aantes p-posible. V-v-vamos.
                   Continuaron la marcha. Richie o Bill encendían de vez en cuando una cerilla.
                "No tenemos siquiera una escopeta de aire comprimido -pensó Ben-. Pero eso es
                parte del asunto, ¿verdad, Chüd? ¿Qué significa? ¿Qué era "Eso", exactamente?
                ¿Cuál era su cara definitiva? Aun si no lo matamos, lo herimos. ¿Cómo lo
                conseguimos?"
                   La cámara por la que caminaban (ya no podía llamársele túnel) se hacía cada
                vez más grande. Sus pasos despertaban ecos. Ben recordó aquel intenso olor a
                zoológico. Se dio cuenta de que ya no hacían falta las cerillas: había una especie
                de luz, un resplandor horrible y cada vez más potente. En esa luz cenagosa sus
                amigos parecían cadáveres ambulantes.
                   --Allí delante hay una pared, Bill -dijo Eddie.
                   --Ya lo s-s-sé.
                   Ben sintió que su corazón recuperaba la normalidad. Tenía un gusto agrio en la
                boca y empezaba a dolerle la cabeza. Se sentía deprimido y asustado.
                   --La puerta -susurró Beverly.
                   Sí, allí estaba. Veintisiete años antes habían cruzado esa puerta con sólo
                agachar la cabeza. Ahora tendrían que pasar a cuatro patas. Habían crecido; allí
                estaba la prueba final, por si hacía falta.
                   Ben sentía el pulso en la sien y en las muñecas. Su corazón seguía un palpitar
                ligero y rápido que se parecía a la arritmia. "Pulso de paloma", pensó sin saber por
                qué, y se humedeció los labios con la lengua.
                   Por debajo de esa puerta surgía una luz brillante, entre amarilla y verde;
                atravesaba el adornado agujero de la cerradura en un rayo tan grueso que parecía
                posible cortarlo.
                   La marca seguía sobre la puerta y una vez más todos vieron algo diferente en
                ese extraño diseño, Beverly vio la cara de Tom. Bill, la cabeza cortada de Audra,
                con ojos inexpresivos que se fijaban en él incriminatoriamente. Eddie, una
                calavera sonriente y puesta sobre dos tibias cruzadas: el símbolo del veneno.
                Richie, la cara barbuda de un Paul Bunyan enajenado cuyos ojos eran rendijas de
                asesino. Y Ben vio a Henry Bowers.
                   --¿Somos lo bastante fuertes, Bill? -preguntó-. ¿Podemos hacer esto?
                   --N-n-n-no lo sé -dijo Bill.
                   --¿Y si está cerrada? -sugirió Beverly con un hilo de voz.
                   La cara de Tom le hacía burla.
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