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Richie sintió que los ojos se le iban hacia la tela. Aquí y allá, envueltos,
                parcialmente en hebras de seda que se movían como si tuvieran vida, había unos
                cuantos cadáveres putrefactos a medio comer. Creyó reconocer a Eddie Corcoran
                cerca del techo, aunque le faltaban las piernas y un brazo.
                   Beverly y Mike se abrazaron como Hansel y Gretel en los bosques, paralizados,
                mientras la araña llegaba al suelo y avanzaba, hacia ellos. Su sombra
                distorsionada corría a su lado, por la pared.
                   Bill los miró a todos: alto y delgado, con una camiseta sucia de barro y agua
                residual, que en alguna época había sido blanca; vaqueros y zapatillas cubiertos
                de mugre. Tenía el pelo sobre la frente y los ojos encendidos. Los miró a todos,
                como despidiéndose y se volvió hacia la araña. Inconcebiblemente, echó a andar
                hacia "Eso"; en vez de huir, apretaba el paso, con los puños apretados y las
                muñecas tensas.
                   --¡T-t-tú ma-mataste a mi he-e-ermano!
                   --¡No, Bill! -chilló Beverly, liberándose de los brazos de Mike para correr hacia él,
                con el pelo rojo ondeando tras ella. Y gritó a la araña-: ¡Déjalo en paz! ¡No lo
                toques!
                   "¡Oh, mierda, Beverly!", pensó Ben. Y corrió también, con la barriga
                bamboleándose frente a él, moviendo las piernas con fuerza, apenas consciente
                de que Eddie corría a su izquierda sosteniendo el inhalador con la mano sana
                como si fuera una pistola.
                   Entonces "Eso" alzó las patas frente a Bill, que estaba desarmado. Lo sepultó en
                su sombra. Ben aferró a Beverly por el hombro, pero la mano se le deslizó. Ella
                giró hacia él, con los ojos salvajes.
                   --¡Ayúdalo! -gritó.
                   --¿Cómo? -gritó Ben, a su vez.
                   Giró hacia la araña, oyó su maullido ansioso, miró aquellos ojos malignos, rojos,
                ajenos al tiempo y vio algo detrás de la apariencia, algo mucho peor que una
                araña. Algo que era todo luz demencial. Le faltó valor... pero era Bev quien se lo
                pedía. Bev, y él la amaba.
                   --¡Maldita, deja en paz a Bill! -chilló.
                   Un momento después, una mano le golpeaba la espalda con tanta fuerza que
                estuvo a punto de caer. Era Richie. Aunque le corrían las lágrimas por las mejillas,
                Richie sonreía como un loco. Las comisuras de la boca parecían llegarle casi a las
                orejas. Entre los dientes se filtraba un poco de saliva.
                   --¡Déjala, Ben! -ordenó-. ¡Chüd! ¡Chüd!
                   "¿Déjala? -pensó Ben-. ¿Habla como si fuera hembra?"
                   Y en voz alta:
                   --Pero ¿qué es eso? ¿Qué es Chüd?
                   --¡Qué coño sé yo! -chilló Richie. Corrió hacia Bill y quedó bajo la sombra de
                "Eso".
                   "Eso" se había bajado sobre las patas traseras. Las delanteras manoteaban el
                aire sobre la cabeza de Bill. Y Stan Uris, obligado a aproximarse, forzado a
                aproximarse a pesar de todos sus instintos, su mente y su cuerpo, vio que Bill
                mantenía la vista fija en "Eso", en sus inhumanos ojos naranja, ojos de los que
                brotaba aquella horrible luz cadavérica. Se detuvo, comprendiendo que había
                comenzado el rito de Chüd, fuera lo que fuese.
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