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punta como púas de puerco espín. La luz se hizo más escasa; la fosforescencia
que se había adherido a las paredes iba muriendo.
--¡Bill! -gritó Mike . ¡Vamos! ¡Larguémonos de aquí!
--¿Y si no ha muerto? -aulló Bill-. ¡Tenemos que seguirla, Mike! ¡Tenemos que
asegurarnos!
Una telaraña se descolgó como paracaídas con un ruido espantoso, como de
pellejo arrancado. Mike cogió a Bill por el brazo y lo apartó de un tirón,
--¡Ha muerto! -gritó Eddie, reuniéndose con ellos. Sus ojos brillaban febrilmente;
su respiración sonaba como un gélido viento de invierno en la garganta. Las
hebras de telaraña habían quemado parte del yeso de su brazo-. ¡La he oído!
Estaba agonizando. Nadie da esos quejidos cuando sale a bailar. ¡Se estaba
muriendo, estoy seguro!
Richie sujetó a Bill y lo atrajo a un recio abrazo, palmeándole la espalda.
--Yo también la oí. ¡Estaba agonizando, Gran Bill! Se moría... ¡Y ya no
tartamudeas! ¿Cómo lo has conseguido? ¿Cómo diablos...?
A Bill le daba vueltas la cabeza. El agotamiento le vencía. No recordaba haberse
sentido tan cansado en toda su vida, pero en su mente oía la voz de la Tortuga:
"Yo de ti acabaría el trabajo; no dejes que escape... lo que se puede hacer a los
once años, con frecuencia no se puede hacer nunca más."
--Pero tenemos que asegurarnos...
Las sombras se acrecentaban; la oscuridad era ya casi completa. Pero antes de
que la luz se fuese totalmente, Bill creyó ver la misma duda infernal en la cara de
Beverly... y en los ojos de Stan. Y todavía, al apagarse el último resplandor,
seguían oyendo el tenebroso susurro-estremecimiento-golpeteo de aquella
inefable telaraña que caía en pedazos.
3. Bill en el vacío, después.
--¡Bueno, otra vez por aquí, amiguito! Pero ¿qué ha pasado con tu pelo? ¡Estás
calvo como una bola de billar! Qué vida triste y corta tienen los humanos. Cada
vida no es sino un breve panfleto escrito por un idiota.
--Aún sigo siendo Bill Denbrough. Mataste a mi hermano, mataste a Stan el
Galán y trataste de matar a Mike. Y yo voy a decirte algo: esta vez no cejaré hasta
acabar mi trabajo.
--La Tortuga era estúpida, demasiado estúpida para mentir. Te dijo la verdad
amiguito... La oportunidad sólo se presenta una vez. Me heriste... me cogiste por
sorpresa, pero no volverá a suceder. Fui yo quien te llamó para que volvieras. Yo.
--Tú llamaste, sí, pero no eras la única.
--Tu amiga la Tortuga... murió hace años. La vieja idiota vomitó dentro de su
caparazón y murió ahogada. Lástima, ¿no? Pero también muy extraño. Merecía
figurar en el libro Guinness de los récords. Sucedió más o menos cuando tú
sufriste ese bloqueo de escritor. Seguramente sentiste su desaparición, amiguito.
--Eso tampoco lo creo.
--Oh, ya lo creerás... ya lo verás. Esta vez, amiguito, quiero que lo veas todo,
incluso los fuegos fatuos.