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una canción pop. La cabeza le cayó hacia atrás, con los ojos fijos en los de "Eso".
La araña volvió a quedar inmóvil.
Eddie no habría podido decir cuánto tiempo llevaba allí. Richie y la araña se
miraban fijamente. Eddie sentía el vínculo entre ambos; percibía un torbellino de
palabras y emociones que se desarrollaban muy lejos. No escuchaba nada con
exactitud, pero sentía los tonos en colores y matices.
Bill yacía en el suelo, acurrucado, sangrando por la nariz y los oídos, con el
semblante pálido y los ojos cerrados.
La araña sangraba por cuatro o cinco puntos, nuevamente malherida, pero aún
peligrosamente vital. Eddie pensó: "¿Por qué no hacemos algo? ¡Podríamos
atacarla mientras está ocupada con Richie! ¿Por qué nadie hace nada, maldita
sea?"
Imaginó un triunfo descabellado... y esa sensación se tornó más clara, más
nítida. Más próxima. "¡Vuelven! -habría querido gritar, si no hubiera tenido la boca
demasiado seca, la garganta demasiado tensa-. ¡Ya vuelven!"
La cabeza de Richie empezó a girar lentamente, de lado a lado. Su cuerpo se
estremecía dentro de la ropa. Las gafas pendieron, por un momento, en su nariz...
luego cayeron contra las lajas.
La araña sufrió una convulsión; sus patas golpearon secamente en el suelo.
Eddie oyó un terrible grito de triunfo y, un momento después, la voz de Richie
estalló claramente en su cabeza:
(¡"Socorro! ¡Se me escapa! ¡Que alguien me ayude"!)
Entonces Eddie se adelantó mientras sacaba el inhalador del bolsillo con la
mano sana. Respiraba en dolorosos silbidos por la garganta no más grande que el
agujero de un alfiler. En una visión demencial, la cara de su madre bailoteó
delante de él, gritando: "¡No te acerques a "Eso", Eddie! ¡No te acerques! ¡Esas
cosas provocan cáncer!"
--¡Cállate, mamá! -gritó Eddie con voz aguda y chillona, toda la que le quedaba.
La cabeza de la araña giró en su dirección, apartando momentáneamente los
ojos de Richie.
--¡Toma! -aulló Eddie con su voz estrangulada-. ¡Toma un poco de esto!
Saltó contra "Eso" y disparó su inhalador al mismo tiempo, y por un instante
recobró toda su fe infantil en los medicamentos, los medicamentos de la niñez que
lo arreglaban todo, que le hacían sentirse mejor cuando los chicos más grandes lo
maltrataban o cuando lo atropellaban al salir de la escuela o cuando tenía que
quedarse sentado junto a Tracker Hermanos, porque su madre no le dejaba hacer
deporte. Era buena medicina, medicina fuerte; y al saltar contra la cara de la araña
percibiendo su asqueroso aliento amarillo, sobrecogido por su furia concentrada y
su decisión de aniquilarlos a todos, disparó el inhalador directamante a uno de
aquellos ojos-rubíes.
Sintió su alarido; esa vez no era de ira, sólo de dolor y agonía. Vio la miríada de
gotitas que se posaba en ese bulto rojo-sangre, las vio ponerse blancas allí donde
se posaban, las vio hundirse tal como se hubiera hundido una salpicadura de
ácido sulfúrico. Vio que su enorme ojo empezaba a achatarse como una
sanguinolenta yema de huevo y corría en un horrible torrente de sangre y pus.
--¡Vuelve ahora, Bill! -gritó en un postrer esfuerzo.