Page 749 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 749

Una mujer de Haven, Rebecca Paulson, encontró un billete de cincuenta dólares
                aleteando bajo el felpudo de su puerta trasera, dos de veinte en su pajarera y otro
                de cien pegado a un roble, en el patio trasero. Ella y su marido utilizaron el dinero
                para pagar dos letras del coche. El doctor Hale, médico jubilado que vivía en
                Broadway Oeste desde hacía casi cincuenta años, murió a las ocho de la mañana.
                El doctor Hale se jactaba de que siempre, desde hacía veinticinco años, efectuaba
                la misma caminata de tres kilómetros desde su casa, rodeando el parque Derry y
                el colegio. Nada se lo impedía: ni la lluvia ni el aguanieve ni el granizo ni los
                vientos aullantes del nordeste ni las temperaturas bajo cero. En la mañana del 31
                de mayo se puso en marcha desoyendo las advertencias de su ama de llaves. Sus
                últimas palabras, pronunciadas mientras se acercaba a la puerta de la calle
                encasquetándose el sombrero, fueron: "No sea tonta, Hilda. Esto no es más que
                un chubasco. ¡Si hubiera visto lo de 1957! ¡Eso sí que fue una verdadera
                tempestad!" Cuando el doctor Hale giró nuevamente por Broadway Oeste, una
                tapa de cloaca se levantó súbitamente de la acera frente a la casa de los Mueller y
                decapitó al buen médico tan limpiamente que su cuerpo dio tres pasos más antes
                de caer al suelo.
                   Y el viento seguía arreciando.



                   7. Bajo la ciudad, 16.15.


                   Eddie los guió por los túneles oscurecidos durante una hora, quizá una hora y
                media, antes de admitir, con más desconcierto que miedo, que por primera vez en
                su vida se había extraviado. Aún se oía el rumor del agua en las cloacas, pero la
                acústica de esos túneles era tan desconcertante que resultaba imposible
                determinar si los ruidos llegaban por delante o por detrás, por la derecha o por la
                izquierda, desde arriba o desde abajo. Se habían acabado las cerillas. Estaban
                perdidos en la oscuridad.
                   Bill se sentía muy asustado, por cierto. No dejaba de recordar la conversación
                que había mantenido con su padre: "Montones de planos desaparecieron si dejar
                rastros... Eso quiere decir que nadie sabe a dónde van esas malditas tuberías ni
                por qué. Mientras funcionan, a nadie le importa. Cuando dejan de funcionar, el
                departamento de aguas corrientes envía a tres o cuatro pobres tíos que deben
                tratar de descubrir qué bomba se estropeó o dónde está el embozamiento... Está
                oscuro, huele mal y hay ratas. Todos ésos son buenos motivos para no meterse,
                pero hay otro más importante: que uno puede perderse. No sería la primera vez."
                   "No sería la primera vez. No sería la primera vez. No sería"...
                   Por supuesto. Allí estaba ese montón de huesos y restos de uniforme que
                habían visto camino de la madriguera de "Eso".
                   Bill sintió que el pánico lo invadía y lo reprimió. No fue fácil. Lo sentía allí, vivo,
                forcejeando y debatiéndose, tratando de escapar. A eso se agregaba la pregunta
                inoportuna, imposible de, responder, sobre si habían matado a "Eso". Richie decía
                que sí, Mike decía que sí, y también Eddie. Pero a Bill no le había gustado la
                expresión asustada y dubitativa de Bev y Stan un momento antes de apagarse la
                luz, mientras cruzaban la puerta alejándose de la telaraña que caía.
                   --Y ahora, ¿que hacemos? -preguntó Stan.
   744   745   746   747   748   749   750   751   752   753   754