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Una mujer de Haven, Rebecca Paulson, encontró un billete de cincuenta dólares
aleteando bajo el felpudo de su puerta trasera, dos de veinte en su pajarera y otro
de cien pegado a un roble, en el patio trasero. Ella y su marido utilizaron el dinero
para pagar dos letras del coche. El doctor Hale, médico jubilado que vivía en
Broadway Oeste desde hacía casi cincuenta años, murió a las ocho de la mañana.
El doctor Hale se jactaba de que siempre, desde hacía veinticinco años, efectuaba
la misma caminata de tres kilómetros desde su casa, rodeando el parque Derry y
el colegio. Nada se lo impedía: ni la lluvia ni el aguanieve ni el granizo ni los
vientos aullantes del nordeste ni las temperaturas bajo cero. En la mañana del 31
de mayo se puso en marcha desoyendo las advertencias de su ama de llaves. Sus
últimas palabras, pronunciadas mientras se acercaba a la puerta de la calle
encasquetándose el sombrero, fueron: "No sea tonta, Hilda. Esto no es más que
un chubasco. ¡Si hubiera visto lo de 1957! ¡Eso sí que fue una verdadera
tempestad!" Cuando el doctor Hale giró nuevamente por Broadway Oeste, una
tapa de cloaca se levantó súbitamente de la acera frente a la casa de los Mueller y
decapitó al buen médico tan limpiamente que su cuerpo dio tres pasos más antes
de caer al suelo.
Y el viento seguía arreciando.
7. Bajo la ciudad, 16.15.
Eddie los guió por los túneles oscurecidos durante una hora, quizá una hora y
media, antes de admitir, con más desconcierto que miedo, que por primera vez en
su vida se había extraviado. Aún se oía el rumor del agua en las cloacas, pero la
acústica de esos túneles era tan desconcertante que resultaba imposible
determinar si los ruidos llegaban por delante o por detrás, por la derecha o por la
izquierda, desde arriba o desde abajo. Se habían acabado las cerillas. Estaban
perdidos en la oscuridad.
Bill se sentía muy asustado, por cierto. No dejaba de recordar la conversación
que había mantenido con su padre: "Montones de planos desaparecieron si dejar
rastros... Eso quiere decir que nadie sabe a dónde van esas malditas tuberías ni
por qué. Mientras funcionan, a nadie le importa. Cuando dejan de funcionar, el
departamento de aguas corrientes envía a tres o cuatro pobres tíos que deben
tratar de descubrir qué bomba se estropeó o dónde está el embozamiento... Está
oscuro, huele mal y hay ratas. Todos ésos son buenos motivos para no meterse,
pero hay otro más importante: que uno puede perderse. No sería la primera vez."
"No sería la primera vez. No sería la primera vez. No sería"...
Por supuesto. Allí estaba ese montón de huesos y restos de uniforme que
habían visto camino de la madriguera de "Eso".
Bill sintió que el pánico lo invadía y lo reprimió. No fue fácil. Lo sentía allí, vivo,
forcejeando y debatiéndose, tratando de escapar. A eso se agregaba la pregunta
inoportuna, imposible de, responder, sobre si habían matado a "Eso". Richie decía
que sí, Mike decía que sí, y también Eddie. Pero a Bill no le había gustado la
expresión asustada y dubitativa de Bev y Stan un momento antes de apagarse la
luz, mientras cruzaban la puerta alejándose de la telaraña que caía.
--Y ahora, ¿que hacemos? -preguntó Stan.