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Bill percibió el tremolor asustado e infantil de su voz y comprendió que la
                pregunta iba dirigida a él.
                   --Sí -dijo Ben-. ¿Qué? Maldición, ojalá tuviéramos una linterna o una vela.
                   Bill creyó oír un sollozo sofocado en aquella pausa. Eso lo asustó aún más. Ben
                se habría asombrado de saber que Bill lo consideraba fuerte y lleno de recursos,
                más estable que Richie y menos propenso a derrumbarse súbitamente que Stan.
                Si Ben estaba a punto de estallar, tendrían un problema muy grave. Y la mente de
                Bill no volvía al esqueleto del obrero de aguas corrientes, sino a Tom Sawyer y
                Becky Thatcher, perdidos en la caverna McDougal. Trataba de apartar esa idea,
                pero volvía subrepticiamente una y otra vez.
                   Otra cosa le preocupaba, pero el concepto era demasiado grande y vago para
                su cansada mente de niño. Tal vez era su propia simplicidad lo que hacía huidiza
                esa idea: se estaban separando. El vínculo que los había unido durante todo ese
                largo verano se estaba disolviendo. "Eso" había sido vencido. Podía estar muerto,
                como creían Richie y Eddie, o tan malherido que durmiera por cien años, mil, diez
                milenios. Se habían enfrentado a "Eso", habían visto su naturaleza de hembra tras
                la última máscara, y era horrible, por supuesto. Pero una vez vista, su forma física
                no era tan espantosa, con lo que perdía su arma más potente. Después de todo,
                ¿quién no había visto una araña en su vida? Causaban una horrible impresión;
                probablemente ninguno de ellos pudiera volver a verlas
                   ("si es que salimos de esto")
                   sin sentir un estremecimiento de repulsión. Pero las arañas eran sólo arañas,
                después de todo. Quizá cuando el horror deponía sus máscaras, no había nada
                que la mente humana no pudiera resistir. Ese pensamiento era alentador. Nada,
                salvo
                   ("los fuegos fatuos")
                   lo que había allá fuera. Pero quizá hasta esa luz viviente que se agazapaba en
                el portal del macrocosmos, estaba muerta o moribunda. Los fuegos fatuos y el
                viaje por la oscuridad hacia el sitio donde existían, ya se estaban tornando
                neblinosos y difíciles de recordar. Y en realidad, eso no venía al caso. El fondo de
                la cuestión, percibido aunque no comprendido, era, simplemente, que esa amistad
                estaba llegando a su fin... estaba terminando y ellos todavía estaban en la
                oscuridad. Aquello había podido hacer de ellos algo más que niños, quizá,
                mediante la amistad. Pero ahora volvían a ser niños. Bill lo sentía tanto como los
                otros.
                   --¿Y ahora, Bill? -preguntó Richie, planteándolo, por fin, directamente.
                   --N-n-no lo sé -dijo Bill.
                   Allí estaba otra vez su infatigable tartamudeo. Él lo oyó. Los otros lo oyeron. De
                pie en la oscuridad, oliendo el empapado aroma del pánico creciente, se preguntó
                cuánto tiempo pasaría antes de que alguien (muy probablemente Stan) pusiera las
                cartas sobre la mesa: "¿Y por qué no lo sabes? ¡Tú nos metiste en esto!"
                   --¿Qué pasó con Henry? -preguntó Mike, intranquilo-. ¿Sigue por allá fuera o
                qué?
                   --Oh, vaya -dijo Eddie, casi gimiendo-. Me había olvidado de él. Estará por aquí,
                probablemente tan perdido como nosotros, y podemos tropezamos con él en
                cualquier momento.... diablos, Bill, ¿no tienes ninguna idea? ¡Tu padre trabaja por
                aquí! ¿No se te ocurre "nada"?
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