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Pero Beverly piensa que una parte de él puede y quiere, porque ha dejado de
                temblar y ella siente algo pequeño y duro contra su vientre.
                   --Puedes asegura, y lo obliga a tenderse.
                   Bajo su espalda y sus piernas desnudas, la superficie está firme, arcillosa, seca.
                El distante tronar del agua resulta tranquilizador como un arrullo, Lo busca. Por un
                momento se interpone la cara de su padre, áspera severa.
                   ("quiero ver si estás intacta")
                   pero ella rodea con los brazos el cuello de Eddie, apoya su mejilla suave contra
                la otra mejilla suave y, mientras él le toca los pechos con timidez, suspira y,
                piensa, por vez primera: "Este es Eddie." Y recuerda un día de julio en que
                ninguno de los otros se había presentado en Los Barrens, sólo Eddie, con un
                montón de revistas de historietas y habían pasado leyendo juntos la mayor parte
                de la tarde.
                   Piensa en pájaros; en especial, en los grajos, los estorninos y los cuervos que
                vuelven en primavera. Sus manos aflojan el cinturón de Eddie, aunque él insiste
                en que no puede; ella responde que puede, ella sabe que puede, y lo que siente
                no es ya vergüenza ni miedo sino una especie de triunfo.
                   --¿Adónde? -pregunta él, y esa cosa dura se aprieta con avidez, contra el muslo
                de ella.
                   --Aquí.
                   --¡Bevvie, me voy a caer encima de ti! -protesta él, y empieza a jadear.
                   --Creo que, más o menos, ésa es la idea.
                   Ella lo guía con suavidad. Él empuja con fuerza y le duele.
                   --¡Sssss! -aspira ella, mordiéndose el labio inferior, mientras vuelve a pensar en
                los pájaros, en los pájaros de primavera que se alinean en los tejados de las casas
                y luego levantan el vuelo bajo las nubes de marzo.
                   --¿Beverly? -susurra él-. ¿Estás bien?
                   --No te apresures -indica ella-. Así te será más fácil respirar.
                   El obecede. Al cabo de unos momentos su respiración se acelera, pero ella
                comprende que no le ocurre nada malo.
                   El dolor desaparece. De pronto él se mueve cada vez más rápido y
                repentinamente se detiene tenso; emite un sonido, una especie de ruido. Ella
                adivina que eso es algo extraordinario y muy especial para el chico, algo como...
                volar. Se siente poderosa; experimenta una sensación de triunfo que crece con
                fuerza dentro de ella. ¿Era eso lo que tanto temía su padre? ¡Pues se entiende!
                Hay potencia en ese acto, sí, una potencia que corre por la sangre y capaz de
                romper cadenas. No experimenta placer físico, pero sí una especie de éxtasis
                mental, Percibe la unión de los cuerpos. Él apoya la cara en su pecho y ella lo
                abraza. El chico llora. Y la parte de él que establecía el vínculo empieza a
                desvanecerse. No porque se retire, sino, simplemente, porque se empequeñece.
                   Cuando el peso de Eddie se aparta, ella se incorpora y le toca la cara en la
                oscuridad.
                   --¿Lo has conseguido?
                   --¿Qué cosa?
                   --Lo que sea. No lo sé muy bien.
                   Él sacude la cabeza; Beverly lo sabe porque tiene una mano en su mejilla.
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