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Imágenes gloriosas de vuelo le llenan la cabeza mezcladas con el áspero
                graznar de los grajos y los estorninos. Esos ruidos se convierten en la música más
                dulce del mundo.
                   Y Beverly vuela, vuela muy alto. Ahora el poder no está en ella ni en él, sino
                entre ambos, y él también grita y ella siente que le tiemblan los brazos. Entonces
                se arquea hacia arriba, hacia él, percibiendo su espasmo, su profundo contacto,
                esa fugaz intimidad total entre dos seres. Juntos irrumpen en el éxtasis vital.
                   Entonces todo termina y quedan abrazados. Cuando él trata de decir algo, quizá
                alguna estúpida disculpa que estropee lo que ella recuerda, ella lo interrumpe con
                un beso y lo despide.
                   Bill viene hacia ella.
                   Trata de decir algo, pero su tartamudeo es casi absoluto.
                   --Calla -dice ella, ya segura en su nueva sabiduría, pero notándose cansada.
                Cansada y dolorida. Tiene los muslos pegajosos, tal vez porque Ben terminó de
                verdad o porque están sangrando-. Todo saldrá perfectamente.
                   --¿S-s-eg-segura?
                   --Sí -afirma ella y entrelaza las manos tras el cuello de él papándole el pelo
                sudoroso y apelmazado-. Bien segura.
                   --¿E-e-ees... est-t-t esto... e-e-e?
                   --Chisssst...
                   No es como Ben; -hay una pasión, pero no de la misma clase. Estar con Bill es
                la mejor conclusión posible. Es bueno, tierno, casi sereno. Ella siente su ansiedad,
                pero atemperada, refrenada por su solicitud hacia ella, tal vez porque sólo Bill y
                ella misma comprenden lo grandioso de ese acto que jamás deberán mencionar a
                nadie, ni siquiera entre sí.
                   Al final, la dulce penetración de Bill la toma por sorpresa. Tiene tiempo de
                pensar. "Oh, va a ocurrir otra vez y no sé si podré soportarlo..." Pero aquella
                dulzura barre sus pensamientos. Apenas lo oye susurrar:
                   --Te amo, Bev, te amo. Te amaré siempre. -Una y otra vez, sin tartamudear en
                absoluto.
                   Ella lo estrecha y ambos se quedan así, la suave mejilla de Bill apoyada contra
                la suya.
                   Luego, él se retira sin decir nada. Beverly queda sola, reuniendo sus ropas
                lentamente, sintiendo un dolor sordo, palpitante, del que ellos, por ser varones,
                jamás tendrán noticias. Siente también cierto placer exhausto y el alivio de que
                todo haya terminado. Ahora siente cierto vacío en la entrepierna y, aunque se
                alegra de que su sexo haya vuelto a ser suyo, esa vacuidad le provoca una
                extraña melancolía que jamás podrá expresar, excepto al pensar en árboles
                desnudos bajo un blanco cielo de invierno, en árboles vacíos que esperan a los
                pájaros, como sacerdotes que presiden la muerte de la nieve.
                   Los busca a tientas.
                   Por un momento nadie habla. Cuando alguien lo hace, no sorprende a Beverly
                que sea Eddie:
                   --Creo que cuando tomamos a la derecha, dos recodos atrás, debimos haber ido
                a la izquierda. Jolín, lo sabía, pero estaba tan nervioso que...
                   --Has pasado nervioso toda tu vida, Eds -dice Richie.
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