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ardía una vela en una ventana y se preguntó si su mente no estaba agregando
                detalles imaginarios. En Los Barrens se produjo una explosión y una breve
                llamarada amarilla: una lámpara de gas había prendido fuego al aceite que
                brotaba de un depósito de combustible roto.
                   Andrew miró al otro lado de Kansas Street, donde cuarenta segundos antes
                había una pulcra hilera de casas de clase media. Habían desaparecido como por
                ensalmo. En el mismo sitio se veían diez agujeros de sótano que parecían
                piscinas. Andrew quiso expresar su opinión de que eso era una locura, pero ya no
                podía chillar. Sentía el diafragma débil e inútil. Oyó una serie de golpes secos,
                crujientes, como los que haría un gigante al bajar por una escalera con los zapatos
                llenos de galletitas. Era la torre-depósito que rodaba colina abajo: un inmenso
                cilindro blanco que aún derramaba los restos de su contenido; los gruesos cables
                que ayudaban a mantenerla íntegra volaban por el aire y se estrellaban como
                látigos de acero contra la tierra blanda, provocando surcos que, inmediatamente,
                la lluvia torrencial llenaba de agua. Ante la vista de Andrew, que mantenía la
                barbilla apoyada en la clavícula, aquel cilindro, ya horizontal, con una longitud
                superior a 37 metros, voló por el aire. Por un momento pareció congelada allí una
                imagen surrealista salida de la cabeza de algún chiflado, con el agua de lluvia
                chisporroteando en sus flancos rotos, desaparecidas las ventanas, aún encendida
                la luz de la cúspide, como advertencia para los aviones que volaran bajo. Luego
                cayó a la calle con un estruendo final. Kansas Street había canalizado gran parte
                del agua que empezó a correr hacia el centro por Up-Mile Hill. "Antes había casas
                allí", pensó Andrew Keene. Y de pronto las piernas le flaquearon. Se sentó
                pesadamente y contempló los cimientos de piedras donde había visto erguirse la
                torre-depósito durante toda su vida. Y se preguntó si alguien podría creerle.
                   Se preguntó si él mismo lo creía.



                   2. La matanza, 10. 02 del 31 de mayo de 1985.


                   Bill y Richie vieron que "Eso" se volvía hacia ellos abriendo y cerrando las
                mandíbulas. Su único ojo se clavó en ellos, fulminante, y Bill notó que "Eso"
                producía su propia iluminación, como una especie de horripilante luciérnaga. Pero
                la luz era vacilante; la araña estaba malherida. Sus pensamientos zumbaban
                vacilantes
                   (¡"dejadme! dejadme y tendréis todo lo que habéis deseado en vuestra vida:
                dinero, fama, fortuna, poder, yo puedo daros todo eso")
                   en la cabeza de Bill.
                   Bill se adelantó fijando la vista en aquel ojo único. Sentía que el poder crecía
                dentro de él, otorgando a sus brazos vigor y firmeza, llenando cada puño apretado
                de fuerza propia. Richie caminaba a su lado enseñando los dientes.
                   ("puedo devolverte a tu mujer -sólo yo puedo hacerlo- y no recordará nada, así
                como vosotros siete tampoco recordasteis nada")
                   Estaban ya muy cerca. Bill percibió el hedor de "Eso" y notó, con súbito horror,
                que era el olor de Los "Barrens", el que ellos tomaban siempre por olor a cloaca, a
                arroyos contaminados y a basura quemada... Pero ¿alguna vez lo habían creído
                así, en el fondo? Era el olor de "Eso"; tal vez fuera más potente en Los Barrens,
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