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Vio a Audra, descendiendo como en un ascensor viejo y ruinoso. Bajó tres
                metros, se detuvo, balanceándose y descendió abruptamente otros cuatro o cinco
                metros. Su cara no se alteraba. Tenía muy abiertos los ojos, azules como
                porcelana. Los pies descalzos, se movían como péndulos. El pelo le colgaba
                sobre los hombros. Tenía la boca entreabierta.
                   --¡"Audra"! -vociferó Bill.
                   --Tranquilízate, Bill -gritó Ben.
                   La telaraña ya estaba cayendo en derredor. Chocaba contra el piso con un ruido
                sordo y empezaba a escurrirse. De pronto, Richie sujetó a Bill por la cintura y lo
                empujó hacia una abertura de unos tres metros que quedaba entre el suelo y el
                primer hilo de la telaraña desprendida.
                   --¡Ven, Bill!
                   --¡Ésa es Audra! -gritó Bill, desesperado-. ¡Es "Audra"!
                   --Me importa un bledo que sea ella o el Papa -repuso Richie, ceñudo-. Eddie ha
                muerto y nosotros vamos a matar a esa araña, si es que todavía está viva. Esta
                vez vamos a terminar el trabajo, Gran Bill. Y ahora, ¡vamos!
                   Bill se quedó un momento más. Las fotografías de los niños, de todos los niños
                muertos, parecieron pasar por su mente como fotografías perdidas del álbum de
                George.
                   --E-e-está bien. Va-vamos. Y que D-d-d-Dios me pe-perdone.
                   Corrió con Richie bajo la hebra de telaraña segundos antes de que cayera y se
                reunió con Ben al otro lado. Ambos siguieron a la araña, mientras Audra se
                bamboleaba a quince metros del suelo, envuelta en un capullo entumecedor sujeto
                a la telaraña en derrumbe.



                   9. Ben.

                   Siguieron el rastro de sangre negra: aceitosos charcos goteaban en las grietas
                entre las lajas. Pero a medida que el suelo empezaba a elevarse hacia una negra
                abertura semicircular en el extremo más alejado de la cámara, Ben vio algo nuevo:
                un rastro de huevos. Eran negros, de cáscara dura, tan grandes como de
                avestruz. Una luz cerúlea los iluminaba desde dentro. Ben vio que eran
                semitransparentes y distinguió unas formas negras que se movían en el interior.
                   "Sus hijos -pensó, sintiendo que se le estrangulaba el estómago-. Sus hijos
                abortados. ¡Dios mío!"
                   Richie y Bill se habían detenido y miraban los huevos con anonadado
                desconcierto.
                   --¡Seguid! ¡Seguid! -les gritó Ben-. ¡Yo me encargo de esto! ¡Atrapad a "Eso"!
                   --¡Cógela! -indicó Richie, arrojándole una cajita de cerillas del hotel.
                   Ben la atrapó en el aire. Bill y Richie siguieron corriendo mientras el arquitecto
                los seguía con la vista, a la luz del resplandor cada vez más mortecino. Luego
                miró uno de aquellos huevos, con su negra silueta de raya que se movía dentro, y
                vaciló. Eso... joder, aquello era demasiado horrible. Reunió todo su valor. Recordó
                la cara pálida y moribunda de Eddie. Y plantó una de sus botas sobre un huevo.
                Se rompió con un chapoteo opaco, dejando escapar una placenta maloliente que
                formó un charco. Un momento después, una araña del tamaño de una rata
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