Page 168 - La sangre manda
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Va sentado en el asiento del acompañante. Al salir de casa, de hecho, ha

               intentado sentarse al volante, hasta que Charlotte y Holly lo han obligado a
               rodear el coche. Para el tío Henry se acabó lo de conducir. Charlotte le quitó
               el  carnet  de  la  cartera  en  junio,  durante  una  de  esas  siestas  cada  vez  más
               largas. Luego se sentó a la mesa de la cocina y lloró.

                    —Seguro que aquí se podrán ver películas —dice Charlotte. Sonríe, y a la
               vez se muerde el labio.
                    En el vestíbulo los recibe una tal señora Braddock, que trata al tío Henry
               como a un viejo amigo, cogiéndole las dos manos y diciéndole lo mucho que

               se alegra de «tenerlo con nosotros».
                    —Con  nosotros,  ¿para  qué?  —pregunta  Henry,  y  mira  alrededor—.
               Dentro  de  poco  tengo  que  ponerme  a  trabajar.  Los  papeles  están
               desordenados. Ese Hellman es un inepto.

                    —¿Ha traído sus cosas? —pregunta la señora Braddock a Charlotte.
                    —Sí  —contesta  Charlotte,  que  no  ha  dejado  de  sonreír  y  morderse  el
               labio. Puede que esté a punto de echarse a llorar. Holly conoce las señales.
                    —Voy a por las maletas —se ofrece Jerome en voz baja, pero el tío Henry

               no tiene ningún problema de oído.
                    —¿Qué maletas? ¿Qué maletas?
                    —Tenemos una habitación muy bonita para usted, señor Tibbs —dice la
               señora Braddock—. Muy sole…

                    —¡Me  llaman  mister  Tibbs!  —brama  el  tío  Henry  en  una  imitación  de
               Sidney  Poitier  muy  creíble  ante  la  que  vuelven  la  cabeza,  sorprendidos,  la
               joven sentada en recepción y un celador que pasaba por allí. El tío Henry se
               ríe y se vuelve hacia su sobrina—. ¿Cuántas veces vimos esa película, Holly?

               ¿Seis?
                    Esta vez la llama por su nombre, con lo que ella se siente aún peor.
                    —Más  —contesta,  y  sabe  que  puede  que  también  ella  esté  a  punto  de
               echarse  a  llorar.  Su  tío  y  ella  vieron  muchas  películas  juntos.  Quizá  Janey

               fuera  su  preferida,  pero  con  Holly  compartía  la  afición  por  el  cine,  y  se
               sentaban en el sofá con un cuenco de palomitas entre los dos.
                    —Sí —dice el tío Henry—. Sí, y tanto. —Pero vuelve a perder el hilo—.
               ¿Dónde estamos? ¿Dónde estamos realmente?

                    En el sitio donde es muy probable que mueras, piensa Holly. A menos que
               para eso te lleven al hospital. Fuera, ve a Jerome descargar dos maletas de
               tartán. También una bolsa para trajes. ¿Volverá su tío a ponerse alguna vez un
               traje? Sí, es posible… pero solo una vez.







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