Page 237 - La sangre manda
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televisión), pero es él. Y no es ni mucho menos joven. Holly no ve arrugas en

               su  cara,  pero  las  intuye,  y  piensa  que  deben  de  ser  muchas.  El  disfraz  es
               bueno, pero a tan corta distancia parece Botox o cirugía plástica.
                    Porque yo sé, piensa. Sé qué es.
                    —He pensado que sería mejor presentarme con una apariencia un poco

               distinta —comenta—. Cuando soy Chet, suelen reconocerme. Los periodistas
               de televisión no son precisamente Tom Cruise, pero… —Completa la frase
               con un modesto encogimiento de hombros.
                    Al verlo sin gafas, Holly advierte otro detalle: sus ojos presentan cierto

               temblor, como si estuvieran bajo el agua… o no estuvieran ahí siquiera. ¿Y no
               ocurre  algo  parecido  con  su  boca?  Holly  piensa  que  es  así  como  se  ve  la
               imagen cuando uno está ante una película en tres dimensiones y se quita las
               gafas.

                    —Usted lo ve, ¿verdad? —Mantiene la voz cálida y cordial. Queda bien
               con su leve sonrisa, acompañada de unos hoyuelos en las comisuras de los
               labios—.  La  mayoría  de  la  gente  no  se  da  cuenta.  Es  la  transición.
               Desaparecerá dentro de cinco minutos, diez como mucho. He tenido que venir

               directamente  desde  la  estación.  Me  ha  causado  usted  algunos  problemas,
               Holly.
                    Ella nota la breve pausa cuando, alguna que otra vez, se lleva la lengua al
               paladar para evitar el ceceo.

                    —Eso  me  recuerda  una  vieja  canción  country  de  Travis  Tritt.  —Holly
               habla con relativa serenidad, pero no puede apartar los ojos de los de él, cuya
               esclerótica tiembla en torno al iris y cuyo iris tiembla en torno a la pupila. Por
               el  momento,  son  países  con  fronteras  inestables—:  Se  titula  «Here’s  a

               Quarter, Call Someone Who Cares». O sea, que me trae sin cuidado.
                    Él sonríe. Sus labios parecen dilatarse más de la cuenta y contraerse de
               golpe.  El  ligero  temblor  en  los  ojos  continúa,  pero  la  boca  presenta  ya  un
               aspecto firme. Mira a la izquierda de Holly, donde un anciano caballero con

               parka y gorra de tweed lee una revista.
                    —¿Es ese su amigo? ¿O es aquella mujer, la que se ha quedado un rato
               sospechosamente largo delante del escaparate de Forever 21?
                    —A  lo  mejor  son  los  dos  —dice  Holly.  Ahora  que  se  ha  producido  la

               confrontación, se siente bien. O casi; esos ojos perturban y desorientan. Si los
               mira  durante  demasiado  tiempo,  le  provocarán  dolor  de  cabeza,  pero  si
               apartara la vista, él lo interpretaría como signo de debilidad. Y lo sería.
                    —Usted me conoce a mí, pero yo solo tengo su nombre de pila. ¿Cuál es

               el resto?




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