Page 238 - La sangre manda
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—Gibney. Holly Gibney.

                    —¿Y qué es lo que quiere, Holly Gibney?
                    —Trescientos mil dólares.
                    —Chantaje —dice él, y mueve la cabeza en un parco gesto de negación,
               como si lo hubiera decepcionado—. ¿Sabe qué es el chantaje, Holly?

                    Ella  recuerda  una  de  las  máximas  de  Bill  Hodges  (tenía  muchas):  No
               contestes  a  las  preguntas  del  maleante;  es  el  maleante  quien  contesta  a  las
               tuyas.  Así  que  permanece  inmóvil  y  espera  con  sus  pequeñas  manos
               entrelazadas junto a la porción de pizza que no le apetece.

                    —El chantaje es un alquiler —continúa él—. Y ni siquiera un alquiler con
               derecho a compra. Es un timo que Chet de Guardia conoce bien. Supongamos
               que tuviera trescientos mil dólares, que no tengo, existe una gran diferencia
               entre  lo  que  gana  un  periodista  de  televisión  y  lo  que  gana  un  actor  de

               televisión. Pero supongámoslo.
                    —Supongamos  que  lleva  usted  rondando  mucho  mucho  tiempo  —dice
               Holly—  y  que  ha  estado  apartando  dinero  desde  el  principio.  Supongamos
               que es así como financia su… —¿Su qué, exactamente?—. Su estilo de vida.

               Y sus antecedentes. Documentos de identidad falsos y demás.
                    Ondowsky despliega una sonrisa. Encantadora.
                    —De  acuerdo,  Holly  Gibney,  supongámoslo.  El  problema,  en  esencia,
               sigue siendo el mismo: el chantaje es un alquiler. Cuando los trescientos mil

               se acaben, me traerá usted sus fotos retocadas con Photoshop y sus huellas
               vocales modificadas electrónicamente y volverá a amenazarme con sacarlas a
               la luz.
                    Holly está preparada para eso. No necesita a Bill para que le diga que la

               mejor mentira es la que se compone en su mayor parte de verdad.
                    —No  —dice  ella—.  Trescientos  mil  son  todo  lo  que  quiero,  porque  es
               todo  lo  que  necesito.  —Se  interrumpe  un  momento—.  Aunque  sí  hay  otra
               cosa.

                    —¿Y qué sería esa cosa? —Las agradables inflexiones adquiridas en la
               televisión han dado paso a un tono condescendiente.
                    —De  momento  sigamos  hablando  de  dinero.  Hace  poco  han
               diagnosticado  alzhéimer  a  mi  tío  Henry.  Está  internado  en  un  centro  de

               atención  para  ancianos  especializado  en  el  alojamiento  y  tratamiento  de
               personas como él. Es muy caro, pero eso en realidad es secundario, porque él
               detesta estar allí, está muy alterado, y mi madre quiere que vuelva a casa.
               Solo que ella no puede cuidarlo. Cree que sí, pero no puede. Es ya mayor,

               tiene sus propios problemas de salud, y habría que habilitar la casa para un




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