Page 284 - La sangre manda
P. 284
El joven ensangrentado que tiene delante sonríe.
—Si te prometo que nunca, jamás, volveré a llamarte Hollyberry, ¿tendré
que contestar a esas preguntas?
18
En el vestíbulo, quince minutos más tarde.
A Barbara el pantalón de Holly le queda demasiado ajustado y corto, pero
ha conseguido abotonárselo. En las mejillas y la frente ha empezado a
atenuarse el color ceniciento. Sobrevivirá, piensa Holly. Tendrá pesadillas,
pero lo superará.
La sangre en la cara de Jerome, ya más seca, presenta un aspecto de
cerámica craquelada. Dice que tiene un dolor de cabeza de mil demonios,
pero no, no está mareado. No tiene náuseas. A Holly no le extraña que le
duela la cabeza. Aunque lleva Tylenol en el bolso, no se atreve a ofrecérselo.
En urgencias le darán unos puntos —y sin duda le harán una radiografía—,
pero ahora mismo debe asegurarse de que sus versiones de lo ocurrido
coinciden. Una vez resuelto eso, tiene que acabar de poner orden también ella.
—Vosotros dos habéis venido aquí porque yo no estaba en casa —dice—.
Pensabais que me encontraríais en la oficina, poniéndome al corriente, porque
había pasado unos días con mi madre. ¿Entendido?
Ellos asienten, dispuestos a dejarse guiar.
—Habéis ido a la puerta lateral del callejón de servicio.
—Porque conocemos el código —dice Barbara.
—Sí. Y había un atracador. ¿Entendido?
Más gestos de asentimiento.
—Te ha pegado, Jerome, y ha intentado agarrar a Barbara. Ella se ha
defendido con el espray de pimienta que llevaba en el bolso. Le ha rociado de
pleno en la cara. Jerome, tú te has levantado de un salto y has forcejeado con
él. Ha huido. Luego los dos habéis entrado en el vestíbulo y avisado al 911.
—¿Por qué veníamos a verte? —pregunta Jerome.
Holly no tiene respuesta. Se ha acordado de restablecer el parche del
ascensor (lo ha hecho mientras Barbara estaba en el lavabo limpiándose y
cambiándose, ha sido coser y cantar) y ha dejado el arma de Bill en el bolso
(por si acaso), pero ni siquiera se ha planteado lo que Jerome le pregunta.
—Las compras de Navidad —sugiere Barbara—. Queríamos arrancarte de
la oficina para que vinieras de compras con nosotros. ¿Verdad, Jerome?
Página 284