Page 279 - La sangre manda
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patada en el trasero. Luego mira a Holly. La mueca de desprecio ha
desaparecido. La sonrisa ha vuelto. Holly supone que el propósito es que
resulte encantadora, y en el rostro de Ondowsky tal vez lo fuera. No en el de
George.
—Bueno, Holly. Mi amiga se ha ido al cagadero, y ahora estamos usted y
yo solos. Puedo entrar ahí y abrirla en canal con esto… —Sostiene en alto el
cuchillo—. O puede darme lo que he venido a buscar, y la dejaré en paz. Las
dejaré en paz a las dos.
A mí no me engañas, piensa Holly. En cuanto tengas lo que has venido a
buscar, nadie saldrá de esto, ni siquiera Jerome. Si es que no está muerto ya.
Intenta proyectar duda y esperanza a un tiempo.
—No sé si creerle.
—Créame. En cuanto tenga el lápiz, desapareceré. De su vida y del
mundo televisivo de Pittsburgh. Es hora de pasar a otra cosa. Lo sabía incluso
antes de que este tipo —se desliza lentamente a lo largo de la cara la mano
con la que no sostiene el cuchillo, como si bajara un velo— colocara esa
bomba. Quizá por eso la colocó. O sea, sí, Holly, puede creerme.
—A lo mejor debería volver corriendo a la oficina y cerrar la puerta —
dice, y confía en que su rostro refleje que está planteándoselo realmente—. Y
llamar al 911.
—¿Y dejaría a la chica a mi merced? —George señala la puerta del lavabo
de mujeres con el largo cuchillo y sonríe—. Lo dudo. He visto cómo la
miraba. Además, la alcanzaría antes de que diera tres pasos. Como le dije en
el centro comercial, soy muy rápido. Ya está bien de charla. Deme lo que
quiero y me marcharé.
—¿Tengo elección?
—¿Usted que cree?
Holly guarda silencio, suspira, se humedece los labios y por fin asiente.
—Usted gana. Pero respete nuestras vidas.
—Cuente con ello. —Como en el centro comercial, ha respondido
demasiado pronto. Demasiado fácilmente. Ella no le cree. Él lo sabe y le trae
sin cuidado.
—Voy a sacar el móvil del bolsillo —anuncia Holly—. Tengo que
enseñarle una foto.
Él calla, así que ella lo saca, muy despacio. Abre su álbum en la nube,
selecciona la foto que ha tomado en el ascensor y sostiene el teléfono hacia él.
Ahora dímelo, piensa ella. No quiero hacerlo por propia iniciativa, así que
dímelo tú, canalla.
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