Page 278 - La sangre manda
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Holly se levanta la blusa y da un giro completo sin necesidad de que se lo
pidan.
—Ahora súbase las perneras del pantalón.
Obedece también.
—Sin armas escondidas —dice George—. Bien. —Ladea la cabeza y la
observa como un crítico de arte examinaría una pintura—. Caramba, es un
rato fea, ¿no?
Holly no contesta.
—¿Ha salido con alguien en su vida, aunque sea una sola vez?
Holly no contesta.
—Feúcha, y ya canosa sin más de treinta y cinco años. Además, no se
molesta en disimularlo; si eso no es tirar la toalla, ya me dirá usted. ¿Le envía
una postal a su consolador el día de San Valentín?
Holly no contesta.
—Supongo que compensa su aspecto y su inseguridad con un sentido
de… —Se interrumpe y mira a Barbara—. ¡Cuánto pesas, por Dios! ¡Y
apestas!
Suelta el brazo de Barbara, y esta se desploma ante la puerta del lavabo de
mujeres con las manos extendidas, el trasero en alto y la frente contra las
baldosas. Parece una musulmana a punto de iniciar la oración del Isha’a. Sus
sollozos son casi inaudibles, pero Holly los oye. Vaya si los oye.
El rostro de George cambia. No adopta de nuevo el de Chet Ondowsky,
sino una salvaje mueca de desprecio que muestra a Holly la verdadera criatura
que habita en él. Ondowsky tiene cara de cerdo, George tiene cara de zorro,
pero esta es la cara de un chacal. De una hiena. Del pájaro gris de Jerome.
Asesta un puntapié al trasero de Barbara, ceñido por los vaqueros. Ella gime
de dolor y sorpresa.
—¡Entra ahí! —grita él—. ¡Entra ahí, límpiate, deja que los adultos se
ocupen de sus asuntos!
Holly desea correr esos últimos quince metros y gritarle que deje de
golpearla, pero, claro, eso es lo que quiere él. Y si de verdad se propone
mandar a su rehén al lavabo de mujeres, quizá ella disponga de la oportunidad
que necesita. Como mínimo así el terreno de juego quedará despejado. Por
tanto, permanece inmóvil.
—¡Entra… ahí! —Le da otra patada—. Me encargaré de ti cuando
termine con esta entrometida. Reza por que juegue limpio conmigo.
Sollozando, Barbara empuja la puerta del cuarto de baño de mujeres con
la cabeza y entra a gatas. No antes, sin embargo, de que George le dé otra
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