Page 274 - La sangre manda
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—Sangra bastante —prosigue Ondowsky—. Las heridas en la cabeza, ya
se sabe. Pero hace frío, y seguro que eso ayuda a la coagulación. Hablando de
frío, dejémonos de tonterías. Deme el código a menos que quiera que vuelva a
retorcerle el brazo a la chica, y esta vez se lo dislocaré.
—Cuatro siete cinco tres —dice Holly. ¿Qué otra opción tiene?
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El hombre, en efecto, tiene un cuchillo: empuñadura negra, larga hoja blanca.
Sujetando a Barbara por un brazo —el brazo en el que le ha hecho daño—,
señala la botonera de la cerradura eléctrica con la punta del cuchillo.
—Haz los honores, amiga mía.
Barbara pulsa los números, espera a que se encienda la luz verde y abre la
puerta.
—¿Podemos meter a Jerome? Puedo arrastrarlo yo.
—No me cabe duda de que puedes —dice el hombre—, pero no. Me ha
parecido que era un fresco. Lo dejaremos al fresco un rato más.
—¡Morirá congelado!
—Amiga mía, tú morirás desangrada si no te pones en marcha.
No, no me matarás, piensa Barbara. Al menos hasta que consigas lo que
quieres.
Pero podría hacerle daño. Sacarle un ojo. Rajarle la mejilla. Cortarle una
oreja. El cuchillo parece muy afilado.
Barbara entra.
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Holly permanece en la puerta abierta de la oficina de Finders Keepers, atenta
al otro extremo del rellano. Tiene los músculos tensos por efecto de la
adrenalina y la boca seca como el esparto. Permanece ahí cuando oye que el
ascensor empieza a bajar. No puede poner en marcha su programa hasta que
vuelva a subir.
Tengo que salvar a Barbara, piensa. También a Jerome, a menos que ya
no pueda hacerse nada por él.
Oye que el ascensor se detiene en la planta baja. Luego, al cabo de una
eternidad, comienza a subir de nuevo. Holly retrocede sin apartar la vista de
las puertas cerradas del ascensor. Tiene el móvil al lado de la alfombrilla del
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