Page 281 - La sangre manda
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—¿Dónde está Barbara? —grita—. ¿Dónde está mi hermana?

                    George aparta a Holly, que choca contra la pared con un ruido de huesos.
               Ante sus ojos flotan puntos negros. George alarga el brazo hacia el palo de la
               fregona y lo arranca fácilmente de las manos de Jerome. Echa el palo hacia
               atrás con la intención de golpearlo, pero en ese momento se abre la puerta del

               lavabo de mujeres.
                    Barbara sale corriendo con el espray de pimienta de su bolso en la mano.
               George mueve la cabeza justo a tiempo de recibir la aspersión en plena cara.
               Lanza un alarido y se tapa los ojos.

                    El  ascensor  llega  a  la  séptima  planta.  El  zumbido  de  la  maquinaria  se
               detiene.
                    Jerome se lanza hacia George.
                    —¡No,  Jerome!  —exclama  Holly,  y  lo  embiste  en  la  cintura  con  el

               hombro.
                    Él  choca  con  su  hermana  y  los  dos  van  a  dar  contra  la  pared  entre  las
               puertas de los dos lavabos.
                    Se  dispara  la  alarma  del  ascensor,  un  bramido  amplificado  que  grita

               pánico pánico pánico.
                    George vuelve sus ojos enrojecidos y llorosos hacia el sonido justo en el
               instante en que se abren las puertas del ascensor. No solo las puertas de la
               cuarta  planta,  sino  las  de  todos  los  pisos.  Ese  fue  el  fallo  de  software  que

               obligó a anular el ascensor.
                    Holly corre hacia George con los brazos extendidos. Su grito de furia se
               funde con la atronadora alarma. Sus manos abiertas impactan contra el pecho
               de George y lo empujan hacia el hueco. Por un momento parece quedarse allí

               suspendido, con los ojos y la boca muy abiertos en una expresión de terror y
               sorpresa. El rostro empieza a hundirse y cambiar, pero antes de que George
               pueda convertirse otra vez en Ondowsky (si era eso lo que estaba ocurriendo),
               desaparece. Holly apenas es consciente de que una mano morena y fuerte —la

               de Jerome— la sujeta de la blusa por detrás y la salva de seguir a George
               hueco abajo.
                    El visitante grita en su caída.
                    Holly, que se considera pacifista, siente un placer feroz.

                    Antes de que el cuerpo choque contra el fondo con un ruido sordo, las
               puertas del ascensor se cierran. En esta planta y en todas las demás. La alarma
               se apaga y la cabina empieza a bajar, camino del sótano, el otro extremo del
               recorrido. Los tres observan el breve destello de luz entre las puertas cuando

               la cabina pasa por la cuarta planta.




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