Page 286 - La sangre manda
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               Holly los deja y baja por la escalera al sótano, que apesta a tabaco y a lo que,
               se teme, es moho. Las luces están apagadas, y tiene que valerse del móvil para
               localizar  los  interruptores.  Las  sombras  bailan  mientras  ilumina  alrededor,

               con lo que resulta muy fácil imaginar a ese ser, Ondowsky, en la oscuridad, al
               acecho para abalanzarse sobre ella y cerrar las manos en torno a su cuello.
               Una ligera pátina de sudor le cubre la piel, pero tiene el rostro frío. Ha tenido
               que controlar de manera consciente el castañeteo de dientes. También yo me

               encuentro en estado de shock, piensa.
                    Finalmente localiza una doble hilera de interruptores. Los acciona todos, y
               una fila de fluorescentes se enciende con un zumbido de colmena. El sótano
               es un laberinto mugriento de cubos y cajas apilados. Piensa una vez más que

               el portero del edificio —cuyo salario pagan ellos— es un dejado.
                    Se orienta y va hacia el ascensor. Las puertas (las de aquí abajo sucias,
               con la pintura descascarillada) están firmemente cerradas. Holly deja el bolso
               en  el  suelo  y  saca  el  revólver  de  Bill.  Después  descuelga  la  llave  de

               emergencia del ascensor de un gancho en la pared y la introduce en el orificio
               de la puerta del lado izquierdo. La llave no se ha utilizado en mucho tiempo, y
               va dura. Tiene que colocarse el arma en la cinturilla del pantalón y utilizar
               ambas manos para hacerla girar. De nuevo revólver en mano, empuja una de

               las puertas. Se deslizan las dos.
                    Sale una mezcla de olores a aceite, grasa y polvo. En el centro del hueco
               hay un objeto alargado semejante a un pistón que, como averiguará más tarde,

               se  llama  «émbolo».  Esparcida  alrededor,  entre  colillas  y  bolsas  de  comida
               rápida,  está  la  ropa  que  llevaba  Ondowsky  en  su  último  viaje.  Corto  pero
               letal.
                    Del propio Ondowsky, conocido también como Chet de Guardia, no hay
               ni rastro.

                    Aquí abajo los fluorescentes proyectan una luz intensa, pero el fondo del
               hueco  sigue  demasiado  a  oscuras  para  el  gusto  de  Holly.  Encuentra  una
               linterna en el desordenado banco de trabajo de Al Jordan y recorre con cautela

               el  espacio  con  el  haz,  sin  olvidarse  de  mirar  detrás  del  émbolo.  No  espera
               encontrar  a  Ondowsky  —ha  desaparecido—,  sino  a  cierto  tipo  de  bichos
               exóticos. Bichos peligrosos que pueden estar buscando un nuevo huésped. No
               ve  ninguno.  Sea  lo  que  sea  lo  que  infestaba  a  Ondowsky,  tal  vez  lo  haya
               sobrevivido, pero no por mucho tiempo. Encuentra un saco de arpillera en un



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