Page 282 - La sangre manda
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—Eso lo has hecho tú —dice Jerome.

                    —Exacto —confirma Holly.




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               A Barbara se le doblan las rodillas y, al borde del desmayo, se desploma. El

               bote de espray de pimienta cae de su mano ya relajada y rueda hasta detenerse
               contra las puertas del ascensor.
                    Jerome se arrodilla al lado de su hermana. Holly lo aparta con delicadeza
               y coge la mano a Barbara. Le sube la manga del abrigo, pero Barbara, antes

               de que empiece a tomarle el pulso, ya está intentando incorporarse.
                    —¿Quién… qué era ese hombre?
                    Holly mueve la cabeza en un gesto de negación.
                    —Nadie. —Puede que eso, de hecho, sea verdad.

                    —¿Se ha ido? Holly, ¿se ha ido?
                    —Se ha ido.
                    —¿Por el hueco del ascensor?
                    —Sí.

                    —Bien. Bien. —Hace ademán de levantarse.
                    —Tú  quédate  quieta  un  momento,  Barb.  Solo  has  tenido  un
               desvanecimiento. Es Jerome quien me preocupa.
                    —Estoy bien —afirma Jerome—. Tengo la cabeza dura. Ese era el tío de

               la tele, ¿no? Kozlowsky, o como se llame.
                    —Sí. —Y no—. Parece que hayas perdido al menos medio litro de sangre,
               Señor Cabeza Dura —dice Holly—. Mírame.

                    La mira. Tiene las pupilas del mismo tamaño, y eso es buena señal.
                    —¿Recuerdas el título de tu libro?
                    Él  le  dirige  una  mirada  impaciente  a  través  de  su  máscara  de  sangre
               coagulada, semejante a una cara de mapache.
                    —Black Owl: el ascenso y la caída de un gánster americano. —Se ríe—.

               Holly, si ese tipo me hubiera revuelto los sesos, no me habría acordado del
               código de la puerta lateral. ¿Quién era?
                    —El hombre que puso la bomba en el colegio de Pennsylvania. Aunque

               eso no vamos a contárselo nunca a nadie. Suscitaría demasiadas preguntas.
               Baja la cabeza, Jerome.
                    —Me  duele  al  moverla  —responde  él—.  Es  como  si  tuviera  una
               contractura en el cuello.
                    —Hazlo igualmente —dice Barbara.



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