Page 149 - Extraña simiente
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XXIII
Ellen Thurston sabía que no debía estar aquí, en este coche.
El coche de Gary Hallock. Ya le habían hablado de Gary Hallock:
—Te comerá viva —le había dicho Jackie—, y luego… —arqueando las
cejas y haciendo un ligero movimiento de cabeza añadió—… te escupirá.
No era necesario que le advirtieran. Todo el mundo sabía quién era Gary
Hallock. El poco cerebro que tenía… —un año de estos terminaría aprobando
y con suerte podría enrolarse en el ejército—, Gary Hallock intentaba
compensarlo a base de echar buenos polvos. ¿Lo intentaba? Lo conseguía.
Prácticamente toda chica complaciente del colegio había pasado por sus
manos, por lo menos una vez. Y, desde luego, que en la escuela de Penn Yan,
lo que no faltaban eran chicas bien dispuestas.
Ellen hubiera preferido que no la agarrara tan fuerte mientras conducía.
La carretera era mala, peligrosa, y él no tuvo más remedio que bajar la
velocidad de 110 kilómetros por hora que hacía en la carretera asfaltada, a 80
kilómetros por hora al entrar en ésta. El coche destartalado traqueteaba y
gemía como si estuviera dando el último suspiro.
—Gary —dijo la chica—, ¿no crees que…?
Pero él no la oyó. El ruido del motor y del viento entrando por las
ventanillas abiertas le obligaban a gritar si quería hacerse oír y no estaba
dispuesta a hacerlo.
Se inclinó, y le dijo al oído.
—Gary, ¿no es hora de que paremos?
Gary Hallock enseñó los dientes: machista, impaciente, con mirada idiota.
No era un hombre muy atractivo, pensó Ellen, sino… extraño: alto, moreno,
de cabellera abundante aunque no en exceso.
—Claro —contestó—, claro que sí. No puedes esperar, ¿verdad?
Ellen sonrió, asintiendo.
Gary bajó la velocidad a cincuenta kilómetros por hora, giró a la izquierda
con gran habilidad y volvió a lanzar el coche a ochenta.
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