Page 149 - Extraña simiente
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                    Ellen Thurston sabía que no debía estar aquí, en este coche.
                    El coche de Gary Hallock. Ya le habían hablado de Gary Hallock:
                    —Te comerá viva —le había dicho Jackie—, y luego… —arqueando las
               cejas y haciendo un ligero movimiento de cabeza añadió—… te escupirá.

                    No era necesario que le advirtieran. Todo el mundo sabía quién era Gary
               Hallock. El poco cerebro que tenía… —un año de estos terminaría aprobando
               y  con  suerte  podría  enrolarse  en  el  ejército—,  Gary  Hallock  intentaba
               compensarlo  a  base  de  echar  buenos  polvos.  ¿Lo  intentaba?  Lo  conseguía.

               Prácticamente  toda  chica  complaciente  del  colegio  había  pasado  por  sus
               manos, por lo menos una vez. Y, desde luego, que en la escuela de Penn Yan,
               lo que no faltaban eran chicas bien dispuestas.
                    Ellen hubiera preferido que no la agarrara tan fuerte mientras conducía.

               La  carretera  era  mala,  peligrosa,  y  él  no  tuvo  más  remedio  que  bajar  la
               velocidad de 110 kilómetros por hora que hacía en la carretera asfaltada, a 80
               kilómetros  por  hora  al  entrar  en  ésta.  El  coche  destartalado  traqueteaba  y
               gemía como si estuviera dando el último suspiro.

                    —Gary —dijo la chica—, ¿no crees que…?
                    Pero  él  no  la  oyó.  El  ruido  del  motor  y  del  viento  entrando  por  las
               ventanillas  abiertas  le  obligaban  a  gritar  si  quería  hacerse  oír  y  no  estaba
               dispuesta a hacerlo.

                    Se inclinó, y le dijo al oído.
                    —Gary, ¿no es hora de que paremos?
                    Gary Hallock enseñó los dientes: machista, impaciente, con mirada idiota.
               No era un hombre muy atractivo, pensó Ellen, sino… extraño: alto, moreno,

               de cabellera abundante aunque no en exceso.
                    —Claro —contestó—, claro que sí. No puedes esperar, ¿verdad?
                    Ellen sonrió, asintiendo.
                    Gary bajó la velocidad a cincuenta kilómetros por hora, giró a la izquierda

               con gran habilidad y volvió a lanzar el coche a ochenta.





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