Page 150 - Extraña simiente
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«Sí» —pensó Ellen—, «estoy cometiendo un error.» Pero gracias a Dios

               era ya muy tarde, demasiado tarde para echarse atrás. Se preguntó si las otras
               chicas habían tenido los mismos reparos que ella, o si era la única; quizá fuera
               sencillamente superior a las demás, más selectiva…
                    —…podríamos meternos allí —dijo Gary indicando con la cabeza hacia

               la izquierda—. ¿Qué te parece?
                    Ellen  miró  hacia  donde  le  indicaba.  Se  estaban  acercando  a  una  vieja
               granja; una de las ventanas de arriba estaba condenada, el jardín de delante
               estaba  comido  por  las  malas  hierbas.  Para  un  observador  casual,  la  casa

               mostraba todos los signos del abandono.
                    —Pero, ¿y si vive alguien allí? —dijo Ellen.
                    —¡Coño! —dijo Gary—. ¡A mí no me vengas con ésas ahora!
                    Soltó el pie del acelerador hasta que el coche rodó a unos treinta y cinco

               kilómetros  por  hora  y  entonces  pisó  el  freno.  Ellen  alargó  los  brazos
               instintivamente y apretó las manos contra el tablero de mandos aunque Gary
               la había sujetado con más fuerza.
                    —Allí no vive nadie —prosiguió—. ¿Quién coño viviría allí?

                    Habían llegado casi a la altura de la casa.
                    —No sé —dijo Ellen—, a mí me parece que…
                    Justo en ese momento, los dos vieron a la mujer. Estaba de pie, detrás de
               la puerta metálica. Les podía ver, estaban seguros. Pero ella miraba de frente,

               a la carretera. Gary y Ellen se la quedaron mirando durante unos segundos.
                    —Vámonos, Gary.
                    —Sí, qué remedio.
                    Y, para sorpresa de Ellen, rozó suavemente el acelerador y pasó delante

               de la casa a una velocidad prudente.
                    Ellen le miró extrañada. Al cabo de un momento, y con esfuerzo, Gary
               sonrió.
                    —No queremos molestar a la señora en sus meditaciones, ¿verdad?

                    Hubo un momento de silencio.
                    —La  carretera  se  acaba  aquí  —dijo  Gary—,  parémonos  allá.  Y  nos
               divertiremos un poco, si a ti te parece…
                    Se rió socarronamente.

                    Y  sí,  claro,  claro  que  le  parecía,  le  parecía  muy  bien.  Perfecto.  «Date
               prisa, por favor», pensó Ellen.
                    De nuevo, Gary paró el coche bruscamente. Apagó el contacto del coche y
               echó  una  mirada  a  su  alrededor.  A  ambos  lados  de  la  carretera  se  veían







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