Page 155 - Extraña simiente
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—O sea, que te has levantado tardísimo, ¿verdad?
Lo dijo como una acusación.
—No, Paul, me desperté a las siete y media. Recuerdo perfectamente
haber mirado el despertador.
Paul se rió entre dientes.
—¿Quieres decir que te has olvidado por completo de lo que has hecho
durante… cuántas horas? ¿Cuatro horas?
Rachel arqueó las cejas.
—Pues aparentemente, sí —le contestó ella.
Paul se apartó un poco de ella y la miró de arriba abajo, como si lo que
había hecho durante esas cuatro horas estuviera inscrito en su cuerpo.
—Lo que sí te puedo decir, Rae, es que has estado fuera.
Ella se le quedó mirando intrigada.
—¿Fuera? No, no he salido.
—Mírate los brazos.
—¿Los brazos?
—Míratelos.
Rachel alzó los brazos.
—Esta mañana, no tenías esos arañazos —le dijo Paul.
—¡Dios mío, Paul! —susurró Rachel—. No recuerdo nada… No tengo ni
idea de…
Rachel llevaba una camisa de Paul, de franela, con las mangas enrolladas.
Unos rasguños cortos, finos y apenas visibles le cruzaban la parte externa de
los antebrazos.
—Debe ser una erupción, Paul. Algo de la piel. Hoy no he salido, te lo
juro.
—Pero tienes que haber salido…
—Espera un momento —le interrumpió Rachel.
Una imagen había atravesado su consciencia; recordó vagamente haber
visto los campos iluminados por el sol, la casa a bastante distancia,
semitapada por las altas hierbas, como si la hubiera estado mirando a través
de un gran angular empañado de vaho.
—Espera un momento —repitió Rachel al ver de nuevo la imagen
reapareciendo más nítida. Sonrió—. Sí, ahora recuerdo. Me desperté, me vestí
y salí fuera —volvió a hacer una pausa—. Bajé por ese camino. Sí. Bajé y me
dirigí a los campos que hay al norte. Y entonces…
Otra pausa.
—¿Sí? —preguntó Paul tratando de animarla—. Sigue.
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