Page 162 - Extraña simiente
P. 162
tenía que comprar un poco de comida y quizás hacer un par de recados más
que no le había dicho… Comprar la comida le llevaría una hora como mucho,
los recados que se había imaginado le llevarían otra hora, y había que contar
con otra hora para el viaje de ida y vuelta a la ciudad. En total, tres horas. Si
se había marchado sobre las siete, debería haber vuelto a las diez o a las once
como muy tarde, y eran las cuatro. Rachel se apartó de la ventana, cruzó los
brazos y golpeó rítmicamente el pie sobre la alfombra. Cuando instalaran el
teléfono, Paul no tendría ninguna excusa…
A las seis ya habría oscurecido.
Su pie se inmovilizó.
A las seis sería de noche. Nunca había vivido esa experiencia, la de la
oscuridad y la soledad en la casa. La idea no le sedujo en absoluto. Hizo una
mueca de disgusto y volvió a acercarse a la ventana. Nada. Entonces era
verdad eso que decían de que una cacerola llena de agua nunca hierve cuando
se la queda uno mirando. De igual modo, el coche que se espera ver venir
nunca llega cuando se le aguarda. Si se quedara uno mirando, tendría que
esperar infinitamente, ya que el universo, el statu quo, el espacio vacío que
debiera ocupar el coche no cambiarían por ello. Sólo una intervención divina,
y por tanto incontrolable, podría modificar algo. Y eso únicamente ocurría
cuando se miraba a otro lado.
Rachel desvió la vista. Se quedó de pie, quieta, durante un largo minuto.
Volvió a mirar. Nada.
—¡Maldita sea! —murmuró.
Cruzó la habitación hasta llegar a la ventana de atrás, paseó
nerviosamente los dedos a lo largo de la cortina y dijo:
—Venga, Paul…
Entonces oyó que se acercaba un coche. Unos segundos más tarde, oyó
cerrarse una portezuela de coche.
Rachel corrió hasta la puerta principal y la abrió de par en par.
Pero no era el coche de Paul.
Y el hombre que bajaba por el sendero que llegaba hasta la casa no era
Paul.
El hombre saludó con la mano.
—¡Hola! —llamó—. ¿Puedo hablar con usted?
Rachel se le quedó mirando confusa. No le contestó.
El hombre ascendió pesadamente los peldaños de la escalera del porche y
abrió la puerta cubierta de tela metálica. Se quedó dudando un momento.
—Por favor, ¿puedo hablar con usted? Es muy importante.
Página 162