Page 137 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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admirable. No te inmutarías. No creerías estar haciendo nada vil. Por el
contrario, probablemente tendrías la sensación de estar beneficiando al género
humano, incrementando la suma de conocimientos del mundo, satisfaciendo
la curiosidad intelectual o algo parecido. Lo que quiero que hagas es,
simplemente, algo que ya has hecho muchas veces antes. En realidad, destruir
un cuerpo debe de ser menos horrible que el trabajo que estás acostumbrado a
hacer. Y recuerda que es la única prueba contra mí. Si se descubre, estoy
perdido. Y es seguro que me descubrirán si no me ayudas.
—No tengo el deseo de ayudarte. Olvidas eso. Todo me es, sencillamente,
indiferente. No tiene nada que ver conmigo.
—Alan, te lo ruego. Piensa en la situación en la que estoy. Justo antes de
que llegaras, casi desfallezco de terror. ¡No! No pienses en eso. Mira la
cuestión puramente desde un punto de vista científico. No preguntas de dónde
vienen los cadáveres con los que experimentas. No preguntes ahora. Ya te he
contado demasiado. Pero te suplico que hagas esto. Fuimos amigos una vez,
Alan.
—No hables de aquellos tiempos, Dorian. Han muerto.
—Los muertos se quedan a veces, Alan. El hombre de arriba no se irá.
Está sentado a la mesa con la cabeza inclinada y los brazos extendidos. ¡Alan!
¡Alan! Estoy perdido, si no me ayudas. Me colgarán. ¡Alan! ¿No lo
entiendes? Me colgarán por lo que he hecho.
—Es inútil prolongar esta escena. Me niego absolutamente a hacer nada al
respecto, Es demencial por tu parte que me lo pidas.
—¿Te niegas absolutamente?
—Sí.
La misma mirada de conmiseración volvió a aparecer en los ojos de
Dorian, que entonces extendió la mano, cogió una hoja de papel y escribió
algo en ella. La leyó dos veces, la dobló cuidadosamente y la deslizó sobre la
mesa. Tras hacerlo, se levantó y fue hasta la ventana.
Campbell lo miró sorprendido, y entonces tomó el papel y lo abrió. Al
leerlo, su rostro adquirió una palidez cadavérica, y volvió a desplomarse en la
silla. Una horrible sensación de náusea se apoderó de él. Sentía como si su
corazón estuviera latiendo para morir en una cavidad vacía.
Tras dos o tres minutos de terrible silencio, Dorian se dio la vuelta y se
colocó tras él, poniendo la mano sobre su hombro.
—Lo siento mucho, Alan —murmuró—, pero no me dejas alternativa. Ya
tengo escrita una carta. Aquí está. Puedes ver la dirección. Si no me ayudas,
tendré que enviarla. Sabes cuál será el resultado. Pero vas a ayudarme. Es
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