Page 140 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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ojos. Se estremeció.
—No creo que sea capaz de entrar, Alan —murmuró.
—No me importa. No te necesito —dijo Campbell fríamente.
Dorian entreabrió la puerta. Al hacerlo, vio que el rostro del retrato
sonreía a la luz del sol. En el suelo, ante él, yacía la cortina rasgada. Recordó
que la noche antes, por primera vez en su vida, se había olvidado de
esconderlo cuando huyó del lugar.
Pero ¿qué eran aquellas abominables gotas rojas que brillaban, húmedas y
relucientes, como si el lienzo hubiera sudado sangre? ¡Qué cosa tan horrible!
Aún más horrible le pareció en aquel momento que el cuerpo silente que él
sabía que seguía extendido sobre la mesa, el cuerpo cuya grotesca sombra
deforme sobre la alfombra manchada le mostraba que no se había movido y
aún seguía allí, tal como lo había dejado.
Abrió la puerta un poco más y entró rápidamente, entrecerrando los ojos y
apartando la vista, decidido a no mirar ni una sola vez al hombre muerto. A
continuación, agachándose y recogiendo la cortina oro y púrpura, la colocó
sobre el cuadro.
Permaneció inmóvil, con temor a girarse, y sus ojos se fijaron en la
complejidad de la pieza que tenía ante él. Oía a Campbell llevar el pesado
baúl, y los hierros, y el resto de las cosas que había requerido para su horrible
labor. Comenzó a preguntarse si él y Basil Hallward se habrían conocido
alguna vez y, de ser así, qué habrían pensado el uno del otro.
—Ahora déjame solo —dijo Campbell.
Se dio la vuelta entonces y se apresuró a salir, sólo consciente de que el
hombre muerto había sido echado hacia atrás sobre la silla y estaba ahora
sentado en ella mientras Campbell contemplaba su rostro amarillo y brillante.
Al bajar las escaleras oyó que echaban la cerradura.
Eran bastante más de las siete cuando Campbell volvió a la biblioteca.
Estaba pálido, pero absolutamente sereno.
—He hecho lo que me pediste —musitó—. Y, ahora, adiós. Nunca
volveremos a vernos.
—Me has salvado de la perdición, Alan, no lo olvidaré —dijo Dorian
simplemente.
En cuanto Campbell se hubo marchado, subió las escaleras. Había un
espantoso olor a productos químicos en la habitación. Pero aquella cosa que
había estado sentada a la mesa había desaparecido.
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