Page 139 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
P. 139

hacer, lo que tú me obligas a hacer, no es en tu vida en lo que estoy pensando.

                                                                                ⁠
                    —Ah,  Alan  —murmuró  Dorian  con  un  suspiro—.  Me  gustaría  que
               sintieras por mí una milésima parte de la compasión que yo siento por ti.
                    Se  dio  la  vuelta  mientras  hablaba,  y  permaneció  mirando  al  jardín.
               Campbell no respondió nada.

                    Unos diez minutos después llamaron a la puerta, y el sirviente entró con
               un baúl de madera de caoba con productos químicos y una pequeña batería
               eléctrica encima. La dejó sobre una mesa y volvió a salir para regresar con un
               largo rollo de cable de acero y platino y dos abrazaderas de hierro de forma

               curiosa.
                    —¿Dejo estas cosas aquí, señor? —⁠le preguntó a Campbell.
                    —Sí —respondió Dorian—. Y me temo, Francis, que tengo otro recado
               para usted. ¿Cómo se llama el hombre de Richmond que provee a Selby de

               orquídeas?
                    —Harden, señor.
                    —Sí,  Harden.  Debe  ir  a  Richmond  de  inmediato,  ver  a  Harden
               personalmente y decirle que envíe el doble de las orquídeas que le encargué, y

               que  haya  el  menor  número  de  blancas  posibles.  En  realidad,  no  quiero
               ninguna  blanca.  Hace  un  día  espléndido,  Francis,  y  Richmond  es  un  lugar
               hermoso, de lo contrario no lo molestaría con esto.
                    —No es molestia, señor. ¿A qué hora debo estar de vuelta?

                    Dorian miró a Campbell.
                    —¿Cuánto  durará  tu  experimento,  Alan?  —⁠dijo  con  voz  serena  e
               indiferente;  la  presencia  de  una  tercera  persona  en  la  habitación  parecía
               llenarlo de un extraordinario coraje.

                    Campbell frunció el ceño y se mordió el labio.
                                                           ⁠
                    —Nos llevará unas cinco horas —respondió.
                    —Entonces bastará con que esté de regreso a las siete y media, Francis. O
               quédese  más  tiempo.  Sólo  tiene  que  dejarme  preparadas  las  cosas  para

               vestirme. Puede tomarse la tarde libre. No cenaré en casa, de manera que no
               lo necesitaré.
                    —Gracias, señor —dijo el hombre saliendo de la habitación.
                    —Ahora,  Alan,  no  hay  tiempo  que  perder.  ¡Cuánto  pesa  este  baúl!  Lo

               llevaré por ti. Trae tú el resto de las cosas.
                    Habló  rápidamente,  de  una  manera  autoritaria.  Campbell  se  sentía
               dominado por él. Salieron juntos de la habitación.
                    Cuando llegaron al último descansillo, Dorian sacó la llave y la metió en

               la cerradura. Entonces se detuvo, y una mirada de desazón apareció en sus




                                                      Página 139
   134   135   136   137   138   139   140   141   142   143   144