Page 138 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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imposible que te niegues ahora. He tratado de evitártelo. Me harás justicia si
lo admites. Has sido severo, duro, ofensivo. Me has tratado como ningún
hombre se ha atrevido a tratarme jamás. Ningún hombre vivo, al menos. Lo
he soportado todo. Ahora me corresponde a mí dictar los términos.
Campbell enterró su rostro en las manos y un escalofrío lo recorrió.
—Sí, me toca a mí dictar los términos, Alan. Ya sabes cuáles son. La
cuestión es muy simple. Vamos, no te sumas en esa angustia. Esto ha de
hacerse. Afróntalo, y hazlo.
Un gemido salió de los labios de Campbell, y se estremeció. El tictac del
reloj en la repisa de la chimenea le parecía que estuviera dividiendo el tiempo
en átomos distintos de agonía, cada uno de ellos más terrible de lo que se
podía soportar. Sentía como si una argolla de hierro le estuviera apretando
lentamente las sienes y como si la deshonra con la que había sido amenazado
ya hubiera caído sobre él. La mano sobre su hombro pesaba igual que una
mano de plomo. Era insoportable. Parecía que lo aplastara.
—Vamos, Alan, debes decidirte enseguida.
Éste vaciló un momento.
—¿Hay chimenea en la habitación de arriba? —murmuró.
—Sí, hay un hogar de gas con amianto.
—Tendré que volver a casa y recoger algunas cosas del laboratorio.
—No, Alan. No necesitas salir de esta casa. Anota en una hoja de papel lo
que quieres y mi criado cogerá un coche y te las traerá.
Campbell escribió unas líneas, las secó, y escribió en un sobre la dirección
de su ayudante. Dorian tomó la nota y la leyó cuidadosamente. Entonces hizo
sonar el timbre y se la entregó a su ayuda de cámara con órdenes de regresar
lo antes posible y traer consigo las cosas.
Cuando la puerta del vestíbulo se cerró, Campbell se levantó bruscamente
de la silla y fue hasta la chimenea. Estaba temblando en una especie de fiebre.
Durante unos minutos, ninguno de los hombres habló. Una mosca zumbaba
ruidosamente por la habitación y el tictac del reloj era como el golpear de un
martillo.
Cuando el carillón dio la una, Campbell se volvió y, al mirar Dorian Gray,
vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Había algo en la pureza y el
refinamiento de aquel rostro apenado que parecía enfurecerlo.
—¡Eres infame, absolutamente infame! —musitó.
—Calla, Alan. Has salvado mi vida —dijo Dorian.
—¿Tu vida? ¡Cielo santo! ¿Qué vida es ésa? Has ido de una corrupción a
otra, y ahora has culminado en el crimen. Al hacer lo que estoy a punto de
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