Page 116 - Lo Inevitable del Amor
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ópera, decido meter la marcha para arrancar cuando de repente el coche se
apaga, como si se hubiera fundido. La radio se para, el motor deja de funcionar
y las lucecitas del salpicadero se apagan. Lo que suena ahora es la bocina de los
coches de atrás y los nudillos del obrero golpeando en la ventanilla mientras me
grita.
—¿Quieres arrancar de una puta vez?
Casi en el mismo instante en el que el obrero termina de pronunciar esa frase
parece paralizarse el tiempo. Hay un enorme estruendo, parecido al ruido que
debe de hacer el estallido de una bomba, cuando apenas diez metros delante de
nuestro coche se estrella contra el suelo la cubeta de hormigón que la grúa se
había llevado hace unos minutos.
Media tonelada de hierro y hormigón cayendo a plomo desde una gran altura
que nos hubiera aplastado a mi madre y a mí de haber podido arrancar. Después
de unos cuantos gritos de la gente asustada por el estruendo, los de mi madre, los
del obrero y los míos, la gente sale de los portales, los conductores de sus coches
y los vecinos se asoman por las ventanas. Pronto viene la policía municipal y
poco a poco va recuperándose la normalidad. Todo el mundo vuelve a su coche y
los policías abren camino para que todos salgamos marcha atrás y aquí no ha
pasado nada.
Cuando mi madre y yo nos montamos en el coche, éste arranca a la primera
con total normalidad, las emisoras de música están cada una en su sitio poniendo
las canciones normales. Mi madre y yo no hablamos durante mucho rato. Es ella
la que finalmente rompe el silencio: « Necesito un gin-tonic» .
No me cuesta asumir errores. Nunca he sido una persona orgullosa en ese sentido
y además siempre me ha parecido poco importante llevar razón. Puedo pensar
una cosa y al rato la contraria si alguien me da argumentos convincentes.
Tampoco me importa demasiado cometer fallos, no pierdo tiempo torturándome
por cómo podría haber hecho las cosas cuando no las he hecho bien. Tendré
muchos defectos, pero creo que relativizar las cosas es algo que estaría más bien
en la lista de mis virtudes.
Últimamente me doy cuenta de que todo aquello en lo que me he equivocado
no ha sido una pérdida de tiempo, todo me ha aportado, haciéndome mejor, y
tener esta sensación me libera. Sin embargo, hay errores que sí me cuesta
asumir sin reprocharme haber causado daño a quienes más quiero. Ya he dicho
que el amor no es una magnitud que pueda medirse y compararse, pero yo sé
que lo que más quiero en el mundo es a mis hijas. No me perdono no haberlo
hecho bien con ellas, ahí sí me torturo pensando que puedo haberles causado
sufrimiento al no enterarme de lo que les estaba pasando.
Rosario me explica que Carla y Julia están mejorando. Yo también lo noto.