Page 120 - Lo Inevitable del Amor
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Ya he reservado en el Shami para comer con Carla y Julia. Quiero contarles que
      dentro de unas semanas nos vamos a cambiar de casa. Todas sus amigas son del
      cole,  así  que  no  notarán  demasiado  el  cambio  porque  van  a  seguir  yendo  al
      mismo colegio. Incluso mejor, porque está un poco más cerca y la ruta tardará
      menos.
        Para ir a comer hoy las he obligado a que se pongan un conjunto precioso
      que les traje de Nueva York y que les sienta de maravilla. La verdad es que, no
      me canso de decirlo, las dos tienen un estilazo. Siempre me ha gustado vestirlas
      iguales.  Hay  mucha  gente  a  la  que  le  parece  una  horterada  vestir  a  los  hijos
      igual,  pero  a  mí  me  encanta.  A  lo  mejor  es  porque  yo  no  tengo  hermanos  y
      quiero que se note que ellas lo son. Nunca han protestado porque las vistiera igual,
      pero últimamente no les hace demasiada gracia.
        —Eso es de niñas pequeñas —me ha explicado Julia antes de salir.
        Finalmente, han cedido contra su voluntad, pero es que van monísimas y al
      restaurante al que vamos hay que ir bien. Ése es precisamente el segundo motivo
      de discusión.
        —¿Dónde vamos a comer? —me preguntan las dos, ya en el asiento trasero
      del coche.
        —¡Al Shami! —contesto muy contenta.
        —¿Y eso qué es?
        —Es el mejor restaurante japonés de Madrid —les digo.
        —¡Jo! —protestan las dos al tiempo.
        —¡Ni jo, ni ja!
        Los niños son muy desagradecidos. Mis niñas, al menos. Ya sé que yo no he
      estado siempre a la altura, pero el nivel de exigencia que tienen es demasiado.
      Eso de que nos sintamos culpables por no estar demasiado tiempo con ellas al
      final lo detectan y hacen con nosotros lo que quieren. Hasta Rosario me ha dado
      la razón en eso. Desde que hemos llegado al restaurante están poniendo pegas.
      Que si hace mucho frío, que si no entienden la carta, que ellas quieren pan. Me
      armo de paciencia y pido yo la comida para las tres.
        —Ya veréis qué rico está todo —intento animarlas.
        —Sí, seguro —replica Carla con ironía.
        —Os quería contar que estoy terminando de construir una casa muy bonita y
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