Page 123 - Lo Inevitable del Amor
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Hoy es un día normal, de esos que vienen sin ningún presagio. Un poco gris, eso
sí, amenazando lluvia, pero sin llegar a cumplir la promesa de descargar, salvo
algún ratito de lluvia fina que ni siquiera ha llegado a empapar el asfalto. Me ha
costado levantarme esta mañana para llevar a las niñas a la ruta. Después he
desayunado despacio y me he arreglado sin poder ir deprisa. Esta mañana no
soy capaz de moverme con soltura, como si tuviera resaca y hubiera dormido
poco. Y no es así.
Anoche estuvimos cenando en casa mi madre, las niñas y yo, y apenas bebí
una copa de vino blanco para acompañar unos carabineros a la plancha que me
hizo mi madre. No hay cosa en el mundo que me guste más que unos
carabineros bien gordos hechos a la plancha. No es fácil cogerles el punto justo
porque puedes dejarlos crudos o pasarlos demasiado y que queden resecos. Las
dos cosas son fatales. Mi madre, yo no sé cómo lo hace, los tiene el tiempo
exacto, ni un instante más ni menos, y cuando salen de la plancha están
exactamente así, perfectos. Todavía calientes, aunque sin quemar, rompes la
cabeza para chuparla y ese sabor es el que más me gusta de todos los que he
probado. Ayer mi madre quiso invitarme a media docena y fue a comprarlos
ella misma. Los debió de escoger a conciencia porque estaban buenísimos. Ella
se tomó cuatro también, le gustan pero no tanto como a mí. A las niñas también
les trajo del mercado su comida preferida, unos sanjacobos que hace el de la
carnicería con el pan rallado muy fino que si los fríes al punto es verdad que
están deliciosos. Además de los sanjacobos mi madre les hizo patatas fritas.
En casa normalmente cenamos en la cocina, pero anoche mi madre se
empeñó en hacerlo en el salón. Estaba generosa y parecía contenta. Estaba la
tele de fondo y habló mucho con las niñas, a las que ella misma se encargó de
acostar. Después se marchó a su casa porque esta mañana tenía que ir muy
temprano al médico a que le recetase un medicamento que se le había terminado
y no tenía ganas de madrugar mucho. Quería llegar la primera para no tener que
esperar, así que anoche no se quedó a dormir con nosotras. Se despidió de mí con
un beso, me dijo « te quiero» y se fue en el taxi que había pedido minutos antes.
Mi nueva casa está casi lista. Creo que dentro de dos fines de semana nos
trasladaremos. Hay que aprovechar esos mismos días para hacer la mudanza del
estudio a mi antigua casa. Así la defino, mi antigua casa, y todavía vivo en ella. A
mi nueva casa la llamo ya así, pero ha ido teniendo varios nombres: primero fue
la casa del americano, después la casa de Gene y ahora ya me voy
acostumbrando a decir mi casa cuando hablo de ella.
En mi casa hay esta mañana cuatro limpiadoras que he contratado para que
la dejen impecable antes de desembalar los muebles y cuadros que faltan. Cómo
me gusta esta casa. A pesar de la lluvia y lo gris sigue siendo luminosa. Me