Page 118 - Lo Inevitable del Amor
P. 118

Mi  padre  ha  vuelto  a  Santander.  Se  fue  con  la  sensación  de  que  se  había
      despedido  definitivamente  de  mi  madre  en  aquella  mariscada  a  la  que  yo  no
      quise ir. Siempre me gustó verlos juntos, incluso después de que se separaran,
      pero en aquella cena, que tenía mucho de última cena, yo no pintaba nada. Mi
      padre me dijo antes de marcharse que ni por las noches apagaría el móvil, que le
      llamara a la más mínima novedad respecto a la salud de mi madre. No le he
      llamado para eso, aunque me dice que es lo primero que piensa cuando ve mi
      nombre en la pantalla de su móvil. Le tranquilizo, Ernesta está bien. Yo le estoy
      llamando por otra cosa.
        —¿Sabes algo de Estefanía?
        —Nada, como si se la hubiera tragado la tierra.
        —¿Cómo la conociste?
        —¿Y eso?
        —Ya sé que la pregunta es un poco rara, pero, cuéntamelo, por favor.
        —Por casualidad. Ella entró en un bar en el que yo estaba desayunando y sin
      querer me derramó su taza de café en mi camisa.
        —El  otro  día  me  dijiste  que  siempre  te  preguntaba  por  mí.  ¿Qué  cosas  te
      preguntaba?
        —¿María, pasa algo?
        —No te preocupes. Es curiosidad.
        —Preguntaba por ti, en general…
        —¿En general?
        —Bueno, ahora que lo dices, me hacía muchas preguntas del estudio, de si
      había socios, de si yo sabía cuánto facturabas, de los proyectos que tenías…
        —¿Y tú qué le contabas?
        —Pues todo. ¿Pero qué pasa?
        —No pasa nada, Antonio. ¿Tú sabes si tenía familia, amigas, algún hermano?
        —Una amiga. Estaban mucho tiempo juntas.
        —¿Tú la conocías?
        —Sí, claro. Estuvo en casa varias veces.
        —¿Y cómo era?
        —Guapa.
        —¿Podrías ser más explícito?
        —Pues era morena, con el pelo rizado, los ojos grandes verdes, muy bonitos.
      Ya te digo que era muy guapa.
        —¿Alguna cosa más para describirla?
        —Sí, tenía un lunar en la mejilla.
        —¡Es ella!
        —¿Quién? —pregunta mi padre muy despistado.
   113   114   115   116   117   118   119   120   121   122   123